25 de abril de 2024
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Yavé, un Dios presente (III)

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3 de feb. de 2023

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Por: Selma Samur de Heenan.

Poco antes de morir, Moisés, en obediencia a la orden de Yavé, le impuso las manos a Josué para delegarle su autoridad como líder del pueblo de Israel, la que recibió plenamente, según se constata, por estar acompañado de los signos, señales y prodigios que Dios hacía por su intermedio.
Indudablemente, la historia de Josué es muy rica en matices, pero resalta su personalidad caracterizada por la obediencia al querer divino, la decisión y el valor para acatar las instrucciones de Yavé que debían ser cumplidas aún en contra de la oposición de un pueblo incrédulo, infiel, desobediente y desagradecido. Del libro de Josué, veamos solo dos de los muchos hechos históricos y milagrosos que nos narra. Uno, antes de llegar a la tierra prometida, y el otro, ya en ella, pero sin haber iniciado su conquista.

La apertura del Jordán
Para entrar a Canaán, el pueblo de Israel tenía que cruzar el río Jordán, y fue posible porque Dios hizo que sus aguas pararan de correr, justo en el momento en que los sacerdotes que llevaban el arca del pacto tocaron las aguas con sus pies. Estas formaron un muro que se veía a gran distancia y así el pueblo pudo cruzar hasta quedar frente a Jericó. Por su parte, los sacerdotes que portaban el cofre sagrado avanzaron un poco y pararon en medio del Jordán, mientras todo el pueblo de Israel terminaba de cruzar el río por el cauce ahora totalmente seco.

La caída de las murallas de Jericó
Al llegar a las afueras de Jericó, Josué ordenó a los sacerdotes que cargaran el arca de la alianza, que marcharan, que siete de ellos fueran tocando trompetas sin cesar, que los hombres armados caminaran delante, que detrás del arca fueran personas en silencio y solo gritaran cuando él les diera la orden de hacerlo.

Durante seis días marcharon una sola vez alrededor de Jericó, pero el séptimo día repitieron la marcha siete veces y en la última vuelta, además del sonido de las trompetas, Josué le ordenó al ejército que gritara. El Señor, haciendo que las murallas cayeran, les entregó la ciudad.

Las promesas que Dios nos hace se cumplen cuando aceptamos recibir sus instrucciones y seguirlas, porque al contrario que nosotros, ÉL es fiel y constante.
Hemos recordado hazañas y sucesos sin explicación racional o lógica, pero que son tan ciertos como los que, Dios mediante, seguiremos resumiendo en la próxima semana.

La meta es el Cielo. El camino, la santidad