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Por: Francisco Cuello Duarte
Es indudable que la violencia en Colombia va en aumento. Y con mayor fuerza después de la pandemia del Covid 19. Hay varias clases de este flagelo: violencia física, violencia sexual, violencia sicológica, violencia económica y la violencia contra la mujer. Sobre este último aspecto, según el portal Infobae, en el 2021 cerca de 98.000 mujeres fueron víctimas de algún tipo de violencia. Y según la emisora la FM, la violencia intrafamiliar en Colombia creció un 68% en el 2022, cifra soportada por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, siendo Bogotá, Antioquia y Valle del Cauca las que registraron mayores índices de violencia durante la pandemia, resaltando también el municipio de Cuítiva (Boyacá) como el campeón de los golpes. En esta lista siguen otros municipios como Tinjacá, Chitaraque y San José de Pare.
El feminicidio está tipificado como delito en la Ley 1761 de 2015, y es el asesinato de una mujer por su condición de mujer. La protección contra esta clase de violencia tiene su garantía en lo dispuesto en el artículo 42 de la Constitución Política que señala a la familia como núcleo fundamental de la sociedad, la Ley 1098 de 2006, el Código de la Infancia y la Adolescencia y la Ley 2126 de 2021 por medio de la cual se regula el funcionamiento de las Comisarías de Familia. Esta última dependencia sigue muy mal equipada y sin suficientes recursos técnicos y humanos que le permita prestar un buen servicio.
No obstante el anterior marco normativo y las buenas intenciones de los gobiernos, existe una cultura ancestral de violencia intrafamiliar que se va transmitiendo de generación en generación, conservando la misma línea de conducta desde los abuelos, sin que nada cambie, y repitiendo el mismo modelo del azote físico a los niños y el palo para las mujeres, donde solo cambia el instrumento de castigo.
Por ejemplo, en la Costa Atlántica se usa mucho el “cocotazo”, al estilo Vargas Lleras, y su frecuencia depende de si el menor es maluco. También se usa la correa y la chancleta. En otras regiones, el perrero y el zurriago, y en muchas, con lo que se encuentre a la mano, pues de lo que se trata es de poner en práctica ese maltrato heredado.
El problema es cultural, no normativo o legal. Y la solución es con educación y pedagogía para romper ese paradigma de violencia.