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Tener la razón

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11 de nov. de 2023

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Por Olga Leonor Hernández B.


Intenté por todos los medios. Escuché, acompañé y sostuve su angustia. Reconocí la veracidad de su malestar. Comprendí la intrincada red familiar en la que le tocó crecer. Identifiqué junto con él los patrones que repetía una y otra vez malogrando su bienestar. Confronté en momentos específicos. Pero todo parecía en vano. Una y otra vez, al llegar al consultorio, se sentaba y decía "Por fin mi momento de desahogo". Efectivamente ese espacio era eso y nada más, una hora para sacar y expresar incomodidades, para hablar sin miedo de lo perversas que estaban siendo con él las personas a su alrededor, para llorar por todo y por nada y agradecer con una sonrisa al final la posibilidad de poder hacerlo, sin pena, ni miedo a la crítica. 


Pero nada más pasaba. A pesar de las comprensiones que en momentos alcanzábamos a tener, él no pasaba a la acción. Se mantenía férreamente atado a la manera clásica de asumir su vida y sus situaciones, sin cambios, sin movimientos, sin renuncias, sin decisiones, sin hacerse responsable. Todo el mundo era culpable de todo lo que le pasaba, si los demás fueran mejores personas seguramente podría vivir su vida de una manera distinta, si la gente entendiera que él quería trabajar le ofrecerían oportunidades, si los demás lograran siquiera intuir la dimensión de su herida, lo tratarían de forma más compasiva, si la gente viera lo que vive, lo que siente y lo que llora al cerrar la puerta de su habitación, seguramente la vida sería distinta, porque cambiarían con él, lo tratarían mejor, todo sería distinto, tendría lo que se merece. 


Nada de eso pasaba. Sin embargo, a medida que acumulábamos tiempo de conversación pude esclarecer algo: en definitiva, él no quería cambiar, su intención no era la transformación, su intención era, simple y llanamente que le dieran la razón. Que los demás ante sus solicitudes cedieran de inmediato, que los otros al ver su dolor lo trataran con suavidad, que de una vez por todas su punto de vista fuera reconocido y tenido en cuenta, claro, sin mucho esfuerzo, sin tener que hablar duro, sin tener que asumir nada, todo por obra y gracia de una mágica transformación de su afuera.


En ese momento pude empezar a mirarlo con otros ojos. Era cada vez más claro el para qué de sus quejas, el sentido de su malestar. Solo quería aparecer y ser validado por los otros, sentir por primera vez en su vida que le daban la razón, que su punto de vista era respetado por los demás. Para eso se debilitaba, para eso se infantilizaba con los otros. Era para ser visto. Lo que pasa es que estaba usando tal vez, la estrategia inadecuada. Era el momento de trabajar sobre nuevas maneras de aparecer que no terminaran, como hasta ahora, minimizándolo.