26 de abril de 2024
Tendencias

© 2023 El Meridiano.

Se me daña el maquillaje

Por
11 de mar. de 2023

Compartir con:

thumbnail

Por Olga Hernández Bustamante

Hoy, temprano, mi paciente apareció en pantalla (vivimos en ciudades distintas) maquillada y lista para iniciar después su jornada laboral. Ella sabía que la consulta tenía pinta de sacar afuera su sensibilidad, por eso me lanzó una advertencia apenas iniciando: Me vas a ver hacer pausas al hablar Me dijo es que, si no, se me daña el maquillaje.

No puedo encontrar mejor frase que esa para describir la experiencia de algunas personas con las que suelo encontrarme en consulta. Seres humanos sensibles, pero que dedican parte de su energía a ocultar su sensibilidad para no sentirse vulnerables. Han aprendido que es mejor ser fuertes, es mejor imponerse, es mejor hablar duro.

Tras esa coraza suele haber una persona que anhela vincularse, pero que teme deshacerse en esa conexión. Su máscara se va fortaleciendo a medida que pasa el tiempo y la imposibilidad de mostrar su rostro real tras ella va derivando en una sensación cada vez mayor de soledad. Es mejor perder relaciones que ser vulnerable.

Han aprendido a ver las relaciones humanas en términos de polaridades. En un lado están las personas fuertes, que no se dejan de nadie, que lideran y marcan la línea. En el otro, están las personas sensibles y lloronas, que se desbaratan y desmoronan con facilidad, que no saben, sino depender de los demás. No es difícil imaginarse cuál opción suena preferible cuando se ve el mundo de esta forma. Esta idea desconoce que no todo escenario me necesita imponente y tampoco siempre me corresponde revelar mi sensibilidad y vulnerabilidad, un fluir tranquilo entre estos dos extremos sería lo más adecuado.

No hay forma de conectarse si uno está incompleto. Si lo que soy queda oculto tras una capa defensiva donde me anticipo a la opción de que me hagan daño y me protejo de todos, todo el tiempo. En ocasiones es necesario que se dañe el maquillaje, que la máscara se resquebraje y empiece la real decisión de saber cuándo y en qué momento poder ser auténtico con lo que pienso y siento.

Puede que sea más cómodo vivir a la defensiva, evitando la opción de salir derrotado de cualquier batalla. Pero también es cierto que solo quien se ha permitido experimentar e incluso en ocasiones fallar, puede reconocer en su experiencia los aprendizajes para tener, cada vez más, relaciones constructivas, reales y auténticas. Al final de cuentas, lo único que está en riesgo es una máscara. No hay nada que perder.