20 de abril de 2024
Tendencias

© 2023 El Meridiano.

¿Por qué lo hago?

Por
21 de ene. de 2023

Compartir con:

thumbnail

Por: Olga Leonor Hernández Bustamante

Todavía en algunos momentos, cuando cierro los ojos, siento como si estuviera otra vez acurrucada en mi cama, llorando y escuchando a lo lejos los gritos de mi papá y el llanto de mi mamá. Yo estaba en la cama por una orden de él, ¡usted no se meta en esto si no quiere que la joda! Seguida de un gesto liviano de mi mamá que me imploraba hacerle caso; no tenía fuerzas para salvarse ella, mucho menos para tener que cuidar en ese momento también de mí. En mi cama, y muy a pesar mío, poco a poco me iba quedando dormida. Soñaba con ser grande y lo suficientemente poderosa como para que mi papá fuera apenas un enanito del tamaño de mi dedo pulgar al cual yo agarraba de los pies y tiraba por los aires muy lejos de casa.
Al otro día era siempre la misma historia: Yo salía de puntillas, con un temblor que revolvía mi estómago e imaginaba la escena más macabra de todas: Mi mamá tirada en el piso, en el mejor de los casos inconsciente y mi papá dormido en una silla con la botella a su lado y el cigarrillo aun humeando en el cenicero. Pero no, lo que me encontraba era mucho peor: Mi mamá al lado de la estufa cocinando los huevos con tomate y cebolla que mi papá pedía siempre, el café caliente en la mesa y las arepas perfectamente tostadas, cerca a la parrilla para que no se fueran a enfriar. Mi papá me sonreía y me invitaba a sentarme en la mesa, empezaba a llorar y a pedirme perdón, jurándome que no lo iba a volver a hacer, que nosotras éramos la razón de su vida y que a él su papá cuando pequeño lo castigaba sentándolo afuera en la arena caliente y dejándolo al sol hasta que caía agotado por el hambre y la sed, era la forma de volverlo un macho y no un pendejo.
Mi mamá me servía el desayuno con una medio sonrisa en la que yo leía algo de vergüenza y entonces yo la odiaba a ella. La odiaba por ser tan idiota y sumisa, por no tomar sus cosas y salir de esa casa, por repetir que ella, toda una mujer profesional y trabajadora, no podría sola.
Esa herida se activa cuando veo una mujer sumisa y silenciosa. Pero, incluso para mi sorpresa, cuando me encuentro a alguien así, no me surge el deseo de protegerla, sino el de aniquilarla. Odio ver que se encojen escondiendo la cabeza entre los hombros, detesto verlas, evadiendo los problemas e intentando complacer a los demás. Es por eso que me comporté de esa forma con esa mujer doctor. Si yo no le enseño a las patadas a ser fuerte ¿Quién más se lo va a enseñar?