20 de abril de 2024
Tendencias

© 2023 El Meridiano.

Para reinaugurar el mundo

Por
21 de may. de 2023

Compartir con:

thumbnail

Por Arturo Guerrero

Andamos engatillados, cundidos de furia, alguien nos cargó de tigre desde comienzos del milenio. Se acabaron las buenas maneras en el trato, ya no se saluda sino se ladra mostrando los dientes. Lo que antes era una grosería hoy es un lugar común: estamos emberracados, nos tratamos a madrazos.
Mascamos pólvora, escupimos lavazas. Llevamos el hígado a flor de labios. Esperamos que alguien hable para de inmediato llevar la contraria. Alzamos la voz, escupimos espuma por las comisuras. A continuación levantamos el brazo, lanzamos el puño, mandamos al otro al asfalto. Somos un costal de anzuelos.

Los buenos modales pasaron de moda hace tiempo. Andamos con la rabia en el corazón, como el título del libro de Ingrid. No es solo cuestión de la política, es un vicio espeso que se tomó las horas y los metros cuadrados. Y cuando alguien entra en esta explosión de bilis parece que no tuviera retorno, se lo ha llevado el diablo de las agrieras.

¿La causa de este desbarajuste afectivo? Cada cual dirá: el extremismo de las ideologías, la carga de vivir en un planeta y país insufribles, la carrera obligatoria hacia el éxito, el dinero que cuesta ese éxito. Cada paso que damos es un metro más en el sentido del sin sentido.

¿Qué remedio habrá para huir de esta estación en el manicomio? Parece que hay tres oficios que se están tomando la oferta de soluciones: los autores de autoayuda, los influenciadores y los pastores evangélicos. Estos son los redentores de hoy, vendedores de humo, prestidigitadores contemporáneos.
Gracias a ellos salimos de Guatemala para llegar a Guatepeor. Sus prédicas y ceremonias apuntan a la pobreza de ánimo y visión de la generalidad de los ciudadanos. Tal vez nos los merecemos, ellos están a la altura –o mejor a la bajeza – de nuestros espíritus. Son la exudación de la fiebre colectiva.
La sociedad requiere, en cambio, purificar la mirada, limpiar los ojos. Tal vez extasiarse ante el primer examen alucinado de un recién nacido. Expiar su desazón ante el mundo en que acaba de aterrizar. Pasarse un minuto a la cuna de ese ser que es todo impotencia, todo vértigo, todo interrogación frente a su nueva realidad.

Reinaugurar el mundo, volver a plantar las mismas semillas con que el nómada resolvió hacerse árbol y así cancelar la huida feroz ante todas las ferocidades del peligro. Verificar que los demás hombres y mujeres están ahí, al lado, no con el fin de ser lobos para ellos mismos sino para probar que una piel más otra piel son la fábula de la desnudez.

Replantear el capricho con que hemos levantado las sociedades, las aldeas, los países. Mirar el asfalto de las carreteras y la punta de los rascacielos, calcular los logros que acontecen cuando una mano se une a otra mano. Imaginar qué bellos e inteligentes serán los hijos venideros, siempre y cuando sus padres aseguren los cimientos de la tierra no con metralla y drones sino con el pensamiento de Walt Whitman: "respiro el aire pero lo dejo entero detrás de mí".