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Por: Olga Leonor Hernández Bustamante.
He empezado a escribir estas palabras muchas veces. Una y otra vez he borrado lo ya escrito. Las palabras en ocasiones se quedan cortas para expresar lo que se siente. En unas ocasiones lo que escribo me suena pretencioso. ¿Cómo puedo creer que me es posible dar consejos o asumir que tengo la respuesta para afrontar el vacío y la incertidumbre por la que están atravesando? En otras ocasiones me suena a discurso motivacional, ese que dice que todo es cuestión de actitud y que si tenemos actitud positiva es posible sacar el aprendizaje de todo lo que se vive. La última vez que lo borré, lo hice porque me sonaba muy triste el mensaje, no quiero profundizar el dolor, sino acompañarlos, como me sea posible, a transitar ese camino.
Creo que cuando alguien deja de estar todo se desordena, lo conocido pierde sentido. Nos sorprende que el ritmo del mundo siga igual y que todo lo que nos rodea no se haya reventado junto con el caos de la muerte de alguien a quien amamos. Miramos con sorpresa y algo de molestia que el mundo no haya dejado de funcionar a pesar del dolor tan profundo que nos embarga. He llegado a pensar que esa continuidad es la manera que el universo tiene para mostrarnos que solo viviendo se procesa la idea de la muerte. Solo reconociendo el vacío en los lugares antes llenos, se hace evidente la ausencia y se avanza hacia su aceptación.
Hay dolores tan profundos que dejan una marca indeleble para el resto de nuestras vidas. Sabemos que vamos a continuar, que vamos a poder seguir viviendo, que llegaran nuevas experiencias e historias. Pero esa punzada en el corazón que llega de cuando en cuando no vamos a poder ahorrarla. El dolor agudo cesa, aunque la cicatriz queda. Las preguntas sin respuesta van a existir, porque muchas van dirigidas a un interlocutor que ya no está con nosotros.
Entonces, ante ese silencio sin muchas respuestas, queda una pregunta que tal vez si podemos hacer ¿Cómo poder honrar la memoria de esta persona? Para esta, solo resuena en mí la respuesta a su contrario: No lo hacemos por medio de la culpa y las autoacusaciones, no lo hacemos enojándonos con nosotros mismos ni dudando de la suficiencia de nuestro cariño y acciones. Lo hacemos cuando recordamos que las huellas que nos quedan trascienden la muerte y sus circunstancias, cuando reconocemos en el tiempo vivido y en los momentos compartidos la mejor de las respuestas, cuando contemplamos el proceso y no el final.
De mi parte no ofrezco respuestas, solo presencia. Espero que sea suficiente.