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Palabras inútiles

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23 de may. de 2023

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Por Ernesto Rueda Suárez

Hace furor la corrección política, que no es una invención de los ultras —de izquierda y derecha—. Es más antigua que la civilización cristiana de Occidente. La corrección política plantea una guerra contra la cultura, la ciencia, el arte, las humanidades.

Pretende corregir libros —clásicos y no clásicos—, impulsa el negacionismo, la cancelación, la xenofobia, el racismo, ataca a los Lgbti+, y todo lo que le parezca antinatural. Quieren imponer una nueva Inquisición, un nuevo "Index librorum prohibitorum", que es el catálogo de lo que no puede dejar de leerse. Hoy podría considerarse una simple estrategia de ventas.

Las listas de libros prohibidos en las escuelas y bibliotecas públicas en Estados Unidos baten récord año tras año, en defensa del "orden natural" y una supuesta moral pública. DeSantis, gobernador ultra, más trumpista que Trump, quiere anular hasta la historia de su país, en buena medida, porque le parece muy perturbadora para los niños y jóvenes, hasta el punto de que África no existe, ni la esclavitud. Es decir, no se puede contar "La otra historia de los Estados Unidos", relatada, por ejemplo, por ese extraordinario historiador, Howard Zinn, que echa por tierra el mito del sueño americano. DeSantis desea una "policía de la memoria".

Vana y deleznable pretensión la de los correctores Las obras inmortales resisten el paso de los milenios. ¿Cuál es la verdadera "Ilíada"? ¿La de los memoriosos milenarios, la que pudo escribir Homero —¿existió Homero? —, las de los miles de traductores —¿traidores? —, o la que quiere ahora la corrección política? Las "policías de la memoria" siempre serán un fracaso, y quiero mencionar dos textos para ilustrarlo: "La edad de la penumbra", en la que Catherine Nixey narra cómo una religión triunfante quiso destruir el legado del Mundo Antiguo, causando enormes daños y crímenes, sin lograrlo; y el del gran historiador y pedagogo estadounidense Andrew White —cofundador de la célebre Universidad de Cornell— "La lucha entre el dogmatismo y la ciencia en el seno de la cristiandad", publicado en 1886, y en castellano en 1972, y que no pierde una coma de vigencia. La lucha es y será eterna.