24 de abril de 2024
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Ojo de lince

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4 de dic. de 2022

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Por Álvaro Bustos González*

Hace algunas semanas, con motivo del lanzamiento de la Maestría en Psicología Clínica y de la Salud en la Universidad del Sinú, me invitaron a improvisar unas palabras de saludo a los directivos del programa y a sus estudiantes, todos psicólogos de profesión. Como un recurso de última hora, apelé a un recuerdo nítido que tengo de mi padre, quien en algún momento de mi adolescencia me advirtió que, si quería tener una visión objetiva del conocimiento científico y de la sensibilidad artística y sus repercusiones en la vida social, necesariamente debería ponerme a escudriñar la condición humana a través de la literatura, puesto que ahí está la fuente de la naturaleza moral del hombre y el manantial de su sorprendente capacidad para recrear la belleza y el horror.

Así las cosas, hice alusión a los personajes de Shakespeare, Dostoievski y Balzac que más recordaba, a sus ambigüedades y ambiciones, a su bondad y sentido de la trascendencia, a la enfermiza codicia de algunos y a la ingratitud de unas hijas que, llevadas de la frivolidad de los salones, convirtieron sus existencias en un cúmulo de banalidades. Creo haber enfatizado el insondable arrepentimiento de Raskolnikov en "Crimen y Castigo", y el tono conmovedor de la pregunta de uno de los hermanos Karamazov: "¿Por qué Dios permite el sufrimiento de un niño?"

Días después, como un hechizo, cayó en mis manos la edición en español de "Tres Maestros", el ensayo de Stefan Zweig sobre Balzac, Dickens y Dostoievski publicado por la Editorial Juventud, de Barcelona, en 1.937. Puesta la mirada en dichos textos, que constituyen una especie de alarde del ojo de lince del autor para avizorar el trasfondo de quienes ya habían vislumbrado, a su vez, el fondo del alma de su tiempo, describiéndola de forma descarnada (solo lo horrible es bello, proclamaban las brujas de Macbeth), no pude sino concluir que los genios del arte narrativo o dramático también tienen fisuras por donde se cuelan acuciosamente los ojos de sus admiradores, quienes encuentran en sus entresijos, como lo hizo Stefan Zweig con Balzac, Dickens y Dostoievski, el origen del encantamiento que la gran literatura ha dejado como legado al pie de los siglos.

Ojalá la psicología clínica profundice en el talante ávido de los personajes de Balzac, en el perfil satisfecho, en cierta forma conservador, de los de Dickens, y en el orgullo redentorista, y por eso peligroso, de los eslavos orientales de Dostoievski.

*Decano, FCS, Unisinú -EBZ-.