20 de abril de 2024
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Nos 'sumergimos' en la Mojana

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5 de dic. de 2022

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Exclusivo. El Meridiano, fiel a su línea de periodismo de inmersión, literalmente se 'sumergió' en las profundidades de las inundaciones de padece la subregión de la Mojana que le dio la bienvenida a diciembre en medio de las aguas. Hablamos con los afectados y nos internamos en las poblaciones de las zonas rurales de San Benito, Majagual y Guaranda que sufren por la ruptura del chorro Cara de Gato. Más allá de las promesas de los gobiernos departamental y nacional, en la zona hay hambre, desesperanza, desolación y tristeza. Padecen los adultos, los niños, los animales y las plantas. Recorra con nosotros una de las zonas de las que más se habla, pero poco ayudan.

Breve, pero demoledora, fue la expresión emitida por Sanith Caldera Álvarez al decir: "hoy el fogón está apagado porque no tenemos nada para cocinar". Mientras tanto una columna de humo salía de la hornilla desde la última vez que fue encendida el día anterior cuando solo preparó café. La señora de 64 años resume la tragedia que está viviendo por culpa de las inundaciones de esa manera, con la necesidad básica de los alimentos.

Su condición de superviviente del agua la comparte con miles de personas en la Mojana. Son unos guerreros en todo el sentido de la palabra, eso lo pudo comprobar El Meridiano en el diálogo que sostuvo con varios de los damnificados de las zonas rurales de San Benito Abad, Majagual y Guaranda, territorios anfibios que aún permanecen sumergidos.

En el caso de Sanith es una de las tantas personas que improvisó un cambuche en uno de los carriles de la Transversal de las Américas, que une a San Marcos con Majagual, en el sector Las Chispas, jurisdicción de San Benito Abad, en la subregión de El Rabón.

"Sufrimos por la inundación y los ventarrones que cogen a los cambuches y los vuelan. La lluvia se mete a lo que hicimos como casa, hay mosquitos, culebras. Ojalá alguien se colocara la mano en el pecho para mirarnos y nos ayuden por la situación que estamos atravesando. La alimentación es luchada porque la libra de arroz nos está costando 2 mil 300 pesos, la libra de azúcar 3 mil, el café 2 mil y lo que tenemos no alcanza porque la pesca, que es lo que nos ayuda, está poquita. Mi casa se me cayó, si algún día me voy de aquí no sé a dónde iré porque ya no tengo nada, perdí mi ropa y los trastes, era vendedora de sopas y ya no puedo hacer ni eso", aseguró.

Agua al pecho
Su vecina Yolanda Madera, de 68 años, está padeciendo la misma situación. Es una de las que improvisó un tambo, pero aún así le toca meterse al agua para ir al patio o cocinar.

"En los patios nos da agua a la cintura y al pecho. Yo estoy 'entambada', pero me toca meterme porque voy a la cocina. Ya llevamos ocho meses así, esto es duro oyó", contó.

A la joven Gleidys Gómez Corpas, a sus escasos 30 años, también le ha tocado sufrir por las inclemencias de un invierno que parece que se ensañó contra ellos.

"La situación ha sido un poco compleja. Hemos tenido problemas con la salud porque a veces cuando vienen las brigadas reconocen los de San Benito, pero los de otros municipios como San Marcos, no. Los plásticos que dieron ya no sirven, las tablas están en mal estado a punto de partirse, por eso el llamado a la Gobernación, la Unidad de Riesgo y los demás es para que nos ayuden con más donaciones, pero si vienen las ayudas que sean para todos por igual, sin excepciones de personas porque estamos pasando todos por lo mismo", expresó.

El tendero Dairo Díaz González también ha vivido en carne propia el infortunio. Ha sido testigo de cómo los ingresos han desmejorado por culpa del agua, y de ayudas, casi nada.

"Tenemos ocho meses de estar sufriendo las consecuencias del río Cauca, no ha sido fácil la vida poque, por ejemplo, yo tengo una tienda, pero las ventas se han ido al piso debido a esta situación. Hemos sufrido todos por igual. Lo que más queremos es que nos tapen a Cara de Gato, porque las ayudas son contentillos que no nos abastecen, necesitamos es el cierre definitivo del chorro", pidió.

La ruta del drama de los mojaneros nos llevó a Calle Nueva, San Benito, donde el panorama desolador también se representa en los cambuches a orillas de la vía. En ellos hay hacinamiento e insalubridad.
Fernando Delgado Vergara vive con seis de sus familiares en la casa improvisada con tela verde y plástico. Han sido ocho largos meses en esta situación, si hay una palabra con la que se pueda comparar lo que viven es calvario.

"Nosotros estamos aquí en la carretera desde el 20 de abril, pasando las de 'San Patricio', como se dice vulgarmente. Nos vinimos para acá para estar mejor que allá en el caserío que está bajo el agua. Las ayudas han sido muy poquitas, nos han dado mercados, pero el último fue hace más de un mes. Aquí los animales que tenemos a veces los matan las motos y carros, por eso hacemos resaltos para que los conductores paren, pero unos no tienen que ver con que estemos aquí o no. Las noches son crueles, nos aguantamos aguaceros, huracanes, no hallamos tierra donde pararnos porque todo se moja", relató.

Superación difícil
Uno de sus hijos, Anuar Delgado Causil, de 22 años, es estudiante de licenciatura en lenguaje extranjero con énfasis en inglés. Le toca recibir las clases virtuales al lado del agua con todas las dificultades que eso implica: mal servicio de energía, mala conexión a internet y falta de todas las herramientas.

"Ha sido bastante difícil porque estamos en condiciones precarias. Las inundaciones han traído bastante anomalías y circunstancias adversas para nosotros los estudiantes porque no nos permite desarrollar un óptimo aprendizaje. Yo espero que las condiciones se puedan mejorar porque hay veces que me toca desplazarme hacia otros lugares, en sitios apartados. La articulación de las comunidades y el Gobierno es importante desde el punto de vista social. La población es la que se ve más afectada y en este caso la estudiantil, necesitamos estrategias para poder desarrollar de la mejor manera nuestro proceso educativo", aseguró el joven.

Y si por el tema educativo llueve por el de la salud no escampa. Magaly Mendoza Pérez, de 61 años, está enferma y recibe el tratamiento en medio de las aguas. Saca fuerzas de donde no las tiene para no morir.
“A mí me tocó subirme por acá por la creciente. Al principio nos comenzaron a dar unas ayudas, pero ya nos están dando nada, desde hace ratos. No tenemos agua potable, nos toca buscarla lejos y a veces es maluca que no sirve para consumir. Yo tengo una enfermedad en la pierna y estuve hospitalizada, todavía es hora que me toca estar pasándome medicamentos en medio de esta inundación. La infección al parecer es por un mosquito que estaba infectado, todo eso tenemos que padecer aquí. Gracias a Dios el pescado se vende, se come, y con eso podemos subsistir”, contó.

Resiliencia
A pocos metros de ellas están Liney Vergara Anaya e Inés Beltrán, dos mujeres que también les ha tocado sortear las dificultades de las inundaciones. Las encontramos alistándose para el grado de primaria de sus hijos porque en medio de la adversidad también tienen tiempo para celebrar los logros, resiliencia se llama.

"Ya tenemos un año de estar anegados y acá hay personas que llevan casi doce meses en los cambuches. Hay escases de agua potable para las necesidades fisiológicas y preparar los alimentos. Por todo sufrimos nosotros, por muchos factores. La comida es luchada hay que esperar que venga el compañero de pescar para poder comer", dijo Liney.

En esa misma mía, a merced del tiempo, está, desde mayo, Juan de la Cruz Beltrán, junto a su mujer y 5 hijos. Como es sabido la necesidad y el clamor es uno solo: matar el hambre.

“Básicamente estamos padeciendo por la necesidad de comida, pero también necesitamos toldillos, botas, tablas, zinc. En mi cambuche somos 7 personas y nos toca dormir como cigarrillo en paquetes, todos en el mismo toldo”, refirió.

Y la ruta de la desesperación sigue porque más del 50% el corregimiento La Sierpe, zona rural de Majagual, está bajo el agua, por ello la gente se ve obligada a caminar entre ella y usar botes para salir a la tienda o a la calle principal.

En cercanías a Gavaldá, jurisdicción de Guaranda, en la pésima vía que une a El Portón con la Y de Los Arrastres, también reina el infortunio. Al lado de un cambuche, en un callejón, encontramos a Rafael Darío Mendoza, quien dijo que lleva dos años inundados. Es el mismo tiempo padeciendo por el hambre y el no saber qué hacer.

"Pedimos ayuda de comida, plata para comprar más cosas para poder comer a diferencia del pescado. Los que tiran el trasmallo nos dan el poquito de liga, la libra de arroz, algo del cultivo y otras cosas, pero a veces no es suficiente. De noche no nos dejan dormir los mosquitos y de día aguantamos sol, los malos olores y cuando llueve nos mojamos, no ha para dónde coger", expresó.

Solo peticiones
No hay que decir que Keila Fuenmayor Sosa, habitante de Los Arrastres, también Guaranda, está sufriendo lo mismo porque ella con sus mismas palabras lo contó.

"Nos ha tocado hacer de todo para poder sobrevivir. Yo salí de mi casa e hice un cambuche a orillas de la vía. Estamos necesitando plástico para las carpas y el techo porque el sol ha destruido todo eso", dijo.
Su vecina Rosiris Madera Mercado, de 42 años, complementa eso al decir que su cambuche necesita reparación porque ya se está cayendo. Otro martirio además de la tortura de estar viviendo a orillas de una vía porque su casa está con el agua a la mitad.

"Necesitamos comida y reparar los cambuches que hicimos porque estamos pasando por muy mal momento. Nos estamos enfermando por la humedad, los mosquitos y la llovedera. Estamos muy mal y no tenemos nada para vivir bien", indicó sin titubeos.

  • Con estas palabras los damnificados esperan que entre tantos ires y venires institucionales, los anuncios de puesta en funcionamiento de una magna hidroeléctrica que solo ven en televisión, de un Conpes que casi no entienden y de los sobrevuelos que poco o nada aportan, no se olviden de ellos, porque el simple hecho de vivir en medio de la nada, lejos de todo, pero cerca del agua, ya es una tortura invencible.