- OPINIÓN
- No Comment
Mirar por la ventana

¿Qué haces cuándo vas en un avión? Pues miro por la ventana. ¡Miras por la ventana! Sí, miro por la ventana. ¡No! Yo no sería capaz, tengo mucho que hacer. ¿Entonces eres de ese tipo de vecino de asiento a los que la azafata que oculta la irritación en una sonrisa amable debe recordar por décima vez poner el celular en modo avión, cerrar la mesa individual y el computador porque está prohibido durante el despegue y el aterrizaje? ¡jajaja, exacto, ese soy yo! ¿Y qué pasaría si por un vuelo, por esa hora o cuarenta y cinco minutos, apagas el computador y miras por la ventana? ¡Espantoso! No sabría qué hacer conmigo.
No sabría qué hacer conmigo. La mirada orgullosa de la persona eficiente y excesivamente ocupada que no podía parar de trabajar y producir durante el vuelo estaba siendo reemplazada por una que era algo parecido a una mezcla entre la tristeza y la vergüenza. ¿Con qué cosas no sabe uno qué hacer? Creo que con esas que están pesadas y no se sabe bien dónde está permitido ponerlas para descargar el peso y descansar la espalda. Con las que están estropeadas y lo que realmente se quiere es botarlas. Con las que están sucias o ajadas y ya parece ser que no tienen más vida útil. Con las que no me pertenecen y sé que debo devolverlas, pero no encuentro a su dueño y me quedo con eso entre las manos sintiendo la incomodidad que da sostener algo ajeno a mí… Una lista grande de posibilidades podría seguir aquí.
La cosa es que esa expresión me hizo pensar en que obviamente uno no puede deshacerse de uno mismo. Entonces se tienen dos opciones: Aprender a lidiar conmigo o distraerme de mi mismo. Y eso era justo lo que esta persona hacía. Tenía tantas y tan agobiantes preocupaciones familiares y personales, que era preferible dejar de pensar y callar la mente y el corazón con mucho trabajo, muchos correos por responder, muchas tablas de Excel por armar, presentaciones por terminar.
Y bueno, es cierto que hay mucho que hacer siempre. Todo el tiempo. ¿Pero si uno no sabe hacerse compañía uno mismo, entonces quién más lo puede hacer? ¿Y si el exceso de ocupaciones lo he convertido en mi puerta de escape para huir de mí? ¿Y si miro por la ventana, me pongo en silencio y escucho el ruido interno que no me he detenido a escuchar? Lo más paradójico de todo es que estoy terminando de escribir esta columna en un avión. Si, no estoy mirando por la ventana sino a la pantalla del pc. Pero ya lo voy a cerrar para mirar por la ventana del avión y encontrarme conmigo misma.