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Mañana de Carnaval

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17 de feb. de 2023

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Por Ensuncho De La Bárcena:

Hace dos semanas celebramos a Nuestra Señora de La Candelaria en Cereté, Magangué y otros lugares del mundo. El fin de semana pasado nos gozamos la Corraleja en Planeta Rica. Hoy las naves enfilan rumbo al Carnaval de Barranquilla.

Y pasamos de ser estos humanos anodinos, grises y mediocres, para convertirnos en los animales coloridos que somos en los juegos de infancia y en la imaginación. Necesitamos del Carnaval como necesitamos del sueño. Más allá de la necesidad fisiológica de dormir, está la excelsa poética de soñar. "Todo lo profundo ama el disfraz", dijo alguna vez el filósofo, poeta, músico y filólogo alemán Friedrich Nietzsche. En este rincón del mundo, como buen bailarín del Grupo Niche, digo que en tiempos de Carnaval uno no se disfraza, sino que se viste de lo que realmente es.

El Carnaval nos brinda la posibilidad de cambiar de piel, de vestirnos de ese otro que llevamos dentro, de reinventarnos como lo hacemos el primer día de enero. Para esto nos sirve esta fiesta: para reinterpretarnos. Además, para brindarle a la vida algo que necesitamos cada día, cada año, con el fin de caminar inspirados.

He dicho en esta columna que el Caribe es sinónimo de júbilo. Esta viva alegría tiene una capital indiscutible: Barranquilla. Desde hace al menos un siglo esta ciudad de esplendor, luz, brisa, arena y música, es la sana manifestación de la locura. Su Carnaval es el más importante de esta esquina de la Tierra. Es uno de los grandes del planeta, junto a los de Río de Janeiro, Santa Cruz de Tenerife y Venecia.

Aclaremos aquí de qué trata el Carnaval. Según la Real Academia Española, son los tres días que preceden al comienzo de la Cuaresma. "Fiesta popular que se celebra en carnaval, y consiste en mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos". Lo que no saben los académicos de nuestra exquisita Lengua es que en Barranquilla el Carnaval dura cuatro días, porque comienza con la jornada más feliz del año: la Batalla de Flores. La única deseable, en este mundo plagado de guerras, comienza al mediodía del sábado. En ella no se disparan las armas, sino las almas. En un derroche de color, risa, baile, realeza y sonidos que nos conectan con un fluir incesante que hace posible lo mejor.

Es muy importante afirmar que el Carnaval de Barranquilla no tiene dueños, ni se reduce a una marca, menos a una empresa. Tampoco pertenece al monopolio de una sola familia. Jamás. Porque Carnaval es belleza, placer y libertad. La prueba contundente de que Dioniso también baila fandango. Así sea.