26 de abril de 2024
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Las tradiciones que por años han hecho del centro un escenario de historias y mucha vida

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17 de dic. de 2022

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Germán Sierra “El cafongo” como le dicen sus compañeros de lucha, ha visto con sus ojos cafés más de 3 décadas como en el centro de Sincelejo se detiene el tiempo y en el transcurrir de los años lo ha convertido en su hogar.

El cafongo tiene 30 años vendiendo diabolines, rosquitas, casabes y su especialidad, los bollos de Cafongo, que son una mezcla de maíz, panela, queso y aliños que se envuelve en hojas de plátano y cocido al vapor.

Su día empieza a las 4:00 de la mañana y termina en el centro a eso de las 6:00 de la tarde, cuando regresa a su casa ubicada en el barrio Santa Cecilia; estando aquí empieza a cocer sus bollos que desde la mañana ha dejado su masa fresca.
Así han transcurrido 30 años y en medio de risas dice que de ahí, de su “oficina” no lo saca nadie y es que no es para menos, ha dedicado casi toda a su vida a que los vende mangos, vende chuzo o los empleados de los almacenes que quedan cerca le compren y de vez en cuando se conviertan en amigos y conocidos.
El Meridiano en esta edición quiere mostrarle a sus lectores que en el centro de Sincelejo no pasa el tiempo y que, desde la caída de las corralejas en 1980, han perdurado en sus lugares de los que ya los nuevos vendedores saben que están ocupados.
El centro histórico de Sincelejo ha tenido cambios en su arquitectura, en los locales comerciales, en la gente que lo visita y hasta en la brisa que a veces pega más fuerte que en otras ocasiones, pero nunca en esos luchadores que adornan las calles y callejones que tiene este monumento cultural de la capital sucreña.
Este en su inmensidad ha generado inspiraciones e iniciativas para contar leyendas, mitos e historias narradas no solo por los sincelejanos, sino también por los visitantes; pero poco se habla de quienes han estado desde que el parque Santander era solo tierra y algunas bancas.

Testimonios
Un celebre conocedor de estas calles es Héctor Manuel Benítez Luna, quien tiene 27 años trabajando en una de estas callecitas vendiendo artículos como herramientas, extensiones, pega para matar a los ratones y muchas otras cosas que no solo se han convertido en productos para la venta, sino en el sustento para su familia

Al principio vendía libros, después diabolines y ahora estos artículos, dijo.
Durante años se ha mantenido pese a los altos y bajos, pero afirma que este año y en esta temporada la cosa ha estado difícil. Héctor desde hace 15 años no cambia su lugar, muy seguramente debe tener sus fieles clientes que ya saben donde encontrarlo y “van a la fija”.

Sin duda alguna estos personajes le dan vida al centro con sus invitaciones a comprar.

Germán, Héctor, Jairo, Pablo y Alfredo han hecho que Sincelejo tenga un centro personificado y que ya la gran mayoría de sincelejanos y visitantes conozcan los sitios exactos en donde venden las cosas que necesitan.
Por otro lado, está Jairo Algarín, quien desde que era un jovencito se situó al costado del antiguo Ley y allí en suelo, bajo el imponente sol sincelejano empezó vendiendo cuchillos, candados, martillos, focos, entre otros utensilios. Jairo ha sacado a sus 3 hijitos adelante con la venta de estos materiales y aunque alguna vez sueña con tener un local y no exhibir sus productos en el suelo, por el momento se siente satisfecho con su propio negocio.
“Hay días en donde se venden más los candados que las extensiones, hay otros que vendo más cuchillos que otras cosas. Pero gracias a Dios me ha ido bien”
Mientras le hacia la venta a una mujer de un foco ahorrador de luz nos contaba que esta época el negocio se vende bastante y que por fortuna le estaba yendo bien.

Desde siempre
A pocos metros y ya un poco más cerca de la catedral está el señor Pablo Paternina, un lotero que ha dedicado 20 años de su vida a vender lotería y chance, con orgullo dice que trabaja para dos agencias. Pese que a su puestecito consta de una silla, una sombrilla y una mesa en donde muestra sus loterías, en los años que tiene nadie lo movido de allí.

“Desde que empecé a trabajar aquí, no me he movido. Llego a las 6 de la mañana y me voy a las 7 de la noche” anota.

El señor Pablo tiene una mirada alegre y muy amable, afirma que pensar en buscar otra cosa es imposible, primero por aquello de su edad y segundo porque eso es soñar despierto “y que para soñar despierto, mejor no pierdo el tiempo”, dijo Pablo, entre risas.
Esta es la perspectiva de solo algunos de los más de 200 vendedores populares que tiene el centro, sin embargo, uno que realiza una de las actividades más añejas del parque y el centro es Alfredo Escobar que tiene como actividad embolar y coser zapatos, su "oficina" está debajo de un palito, la silla que utiliza para atender a sus clientes pesa un poco más de 70 kilogramos y la de él para coger el cepillo y hacer movimientos de izquierda a derecha es un banquillo pequeño, pero extremadamente importante para su oficio.
A diferencia de Jairo, de Pablo, Héctor y Germán, Alfredo viaja frecuentemente a la capital colombiana a rebuscarse sus pesitos haciendo oficios varios.

"Yo viajo a Bogotá a vender mis servicios, pero siempre regreso a seguir con esto acá” dijo.

Tristemente la delincuencia ha llegado a su lugar de trabajo, en ocaciones lo han dejado en las “tablas” como él dice, pero siempre ha salido adelante con sus trabajitos.
Productos tradicionales
La venta de especies en el centro de la capital es muy común y no solo desde ahora, sino desde que los sincelejanos por la necesidad de trabajo venden lo que primero se les viene a la mente. En el caso de José Salgado, quien tiene 40 años vendiendo en la calle 23 especies, ajos, diabolines, vegetales, ajonjolí, entre otras cosas, dice con risas que están allí desde que las chivas se quedaban varadas porque no había pavimento.
Mientras metía unas semillas en una bolsita para vender, le decía a sus compañeros que él vendía de todo y que no se estancaba a la hora de conseguir lo que en aquella época eran pesos.
Esto es solo un abrebocas de la diversidad que se encuentra en el centro histórico de Sincelejo y no solo en temas de elementos para la venta, sino en la personificación de cada negocio, que muy seguramente tiene una historia que contar.

Resaltar la labor
Una vez más El Meridiano en esta época quiere destacar aquellas tradiciones que no se han perdido pero que ya no se miran de la misma manera, que están intactas y se volvieron un paisaje en el centro.
El centro no tiene solo vendedores que ocupan espacios, sino a hombres y mujeres que se rebuscan en un mundo en donde la globalización cada vez es mayor y caminan a pasos agigantados. En un diálogo con un conocedor de estas actividades afirma que este tipo de trabajos están lejos de que se acaben porque piensa que siempre habrá alguien que busque lo tradicional y prefiera apoyar a estos vendedores que se han ganado el cariño de aquellos que los visitan.