19 de abril de 2024
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La Virgen de los puentes puentes de Carranzó

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18 de mar. de 2023

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Los puentes de Carranzó, tres en total, son para muchos chinuanos sinónimo de cercanía a su pueblo natal, ya que son menos de 5 kilómetros los que distancian el municipio de estos puentes.

Carranzó es una vereda de Chinú, donde vive gente amable trabajadora, alegre y a la que le tengo un especial agradecimiento, sin conocerlos, por lo que hicieron por mi familia.

Pero para mí, sin duda, el recuerdo que tengo de los puentes de Carranzó es de absoluta tristeza, porque allí murió parte de mi familia y llevo media vida intentando explicarme ¿por qué tres mujeres tan buenas se murieron así, de repente?

Era el 29 de diciembre de 1990 y mi tío Fernando Benítez Núñez, entonces alcalde popular de Buenavista, celebró su décimo quinto aniversario de casado con Edith Monsalve Estrada, una maestra que fue su novia de siempre y que había decidido dejar su natal Sabanalarga (Atlántico) para conformar un hogar con él.


Esa noche fue de ensueño y por primera vez vi a mi abuela Clara Elena Núñez Navarro vestir de un color diferente a los del luto que llevaba por la partida de su esposo, el inolvidable Papá Julio. Bailé por primera vez con mi abuela un porro, pero no recuerdo cuál fue. Y como todo adolescente me fui de la celebración a compartir con los amigos.

A la mañana siguiente, cuando mi tío junto a su esposa, sus cinco hijos (Eric Fernando, Maura Edith, Yelitza Esther, Gloria Patricia y Carlos Roberto) llegaron a recoger a mi abuela Clara y a mi tía Teresita, les volví a decir que no quería ir a Cartagena a pasar fin de año, pues ese día era mi cumpleaños (30 de diciembre) y que además tenía que estar al frente mi ‘empresa’.

Días antes yo había aprovechado el paso de mi tío Toño Sierra en su tractomula para ir con él hasta Medellín y comprar al por mayor lo que llamamos ‘cacharros’, para luego revenderlos en un ‘Todo a mil’, que había puesto en la terraza de la casa de mi abuela. Mis amigos de siempre eran mis vendedores estrellas en las calles, con carretilla en mano paseaban los barrios de Buenavista para vender más y que las ganancias sirvieran para salir con las novias al parque.

Mi abuela insistió en que la acompañara, que mi papá había llegado desde Venezuela, donde se encontraba ‘asilado’ por culpa de la maldita violencia que nos azotaba. Le dije que me quedaba acompañando a mi madre y en mi negocio.

Se marcharon poco después del almuerzo y yo me quedé en Buenavista haciendo mis deberes. Tres horas después la noticia corrió como pelota en playa. Mi familia se había accidentado en los puentes de Carranzó. Inicialmente nos habían dicho que estaban heridos, pero que no los había pasado nada.

Me senté en una de las mecedoras del kiosco de la casa de mi abuela y las piernas se me durmieron. No pude pararme más de allí. Escuchaba la desesperación de mi tía Elvirita, de mi mamá Miladys y de los vecinos que habían venido a ver qué pasada. Llegó el rumor que mi abuela había fallecido. Creo que la vida se me fue en un suspiro y los amigos que me acompañaban me abrazaron fuerte, pues no era mi abuela: era mi madre la que había muerto.

Posteriormente supimos que mis tías Edith y Teresita tampoco habían sobrevivido, que mi tío estaba delicado, que los niños estaban bastante golpeados y que el escolta que lo acompañaba estaba también mal herido.

El accidente en los puentes de Carranzó ocurrió tipo 2:30 de la tarde. Lo que he podido indagar es que el campero Trooper en el que viajaban habría sufrido un desperfecto mecánico. Pudo haber sido que la dirección se le partió, porque segundos antes mi tía gritaba que controlaran el carro, pero no pudieron tomar la curva del primer puente y se fueron al fondo de la quebrada que está allí, en un precipicio de 3 metros quizás.

Nunca en la familia buscamos culpables de ese trágico día, pero sin duda que nos cambió la vida, sobre todo a mí, porque perdí tres seres que amo el día de mi cumpleaños 18.

Desde ese entonces no hemos sido los mismos, pero el recuerdo de esas tres mujeres sigue vivo entre nosotros y sobre todo entre quienes las conocieron, porque a mi abuela, años después, le hicieron una procesión en la vereda Costa Rica, donde daba clases. Hay quienes le piden como si fuera una santa.

Yo creo que le faltó poco para eso, pero su amor por los demás dejó una gran huella en ese pueblito.
A mi tia Edith, que era además mi madrina de bautismo, la recuerdan mucho en su colegio.

Todavía parte de sus amigas del trabajo la evocan en sus conversaciones. Y a mi tía Teresita no podemos dejar de recordarla por esa sonrisa hermosa, por sus pinturas que están en algunas casas de Buenavista y Cartagena, y sobre todo porque fue la tia que nos enseñó a bailar, a como enamorar a las chicas que nos gustaban, la que nos defendía y en la que nos refugiábamos cuando los papás nos regañaban o pegaban.
Es la primera vez, después de 32 años, que escribo sobre este episodio.

No me había atrevido, por miedo a que los recuerdos me jugaran una mala pasada, pero aprovechando el aniversario de mi otra casa, de mi otra familia: El Meridiano, que en esta edición de aniversario 28 tiene como eje central los puentes de Córdoba, quise contar ese episodio en el Puente de Carranzó, que me duele, pero que me ha servido para ponerme de pie y ser mejor persona. Quiero aprovechar para agradecerle a toda la gente de Chinú por su solidaridad en ese momento con mis familiares. Gracias a ellos, el resto de mi gente se salvó.

Otras familias, algunas chinuanas, también han perdido familiares en ese sitio, por eso desde hace muchos años existen barandas en la curva del primer puente, tratando de evitar más tragedias. Mi solidaridad para todos y este texto va dedicado a ellos también.

Mi familia decidió poner una virgen en el puente de Carranzó, como homenaje a ellas tres, porque además eran muy devotas de la Virgen María. Durante los primeros años, muchos conductores de tractomulas y camiones paraban allí y dejaban farolas viejas como símbolo de devoción, las cuales eran recogidas tiempo después por la misma comunidad. La imagen es pintada en muchas ocasiones por la misma comunidad o por nuestros familiares.

Hoy en día, cuando paso por allí me persigno y mando un beso al aire en dirección a la Virgen, para ver si alguna de ellas tres lo recibe.