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La avaricia

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23 de dic. de 2022

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Por: Selma Samur de Heenan.

La avaricia como pecado tiene varios rangos, desde el leve hasta el muy avanzado, y cada uno traerá consigo a la persona que la padece, una mayor o menor intranquilidad en su vida.

Esos niveles están afianzados en las diferentes modalidades de avaricia. Por un lado, se presenta cuando se tiene un afán desmedido de hacer dinero y de acumular bienes. Por el otro, cuando hay una gran necesidad de guardar lo que se tiene hasta llegar al punto en que se deja de gastar, aunque sea necesario hacerlo. De igual forma, existen personas avariciosas por sus maneras de querer conseguir bienes o prebendas mediante ventajas desprovistas de escrúpulos, a tal punto de llegar a perjudicar a otros. También están los avarientos por el ánimo compulsivo de adquirir, al tiempo que derrochan su patrimonio. Igualmente, en la pobreza se puede encontrar avaricia, porque ella no va necesariamente unida de la riqueza. Se puede presentar un egoísmo por la avaricia espiritual, emocional y afectiva, al negarnos a compartir con los demás algunos aspectos tan importantes para el buen desarrollo de nuestras relaciones interpersonales.

Cuando se padece este mal, la persona se convierte en esclava, bien por querer siempre tener más o por cuidar demasiado lo que se tiene, sin que sea necesario que haya intención de adquirir, es decir, la avaricia no siempre implica la existencia de ambición. En gran medida, el miedo mueve las actuaciones del avaro, cuando busca tener más, porque teme no poseer suficiente, al dedicarse a guardar celosamente lo que tiene, porque teme perderlo o quedarse sin nada. Para una u otra manera de comportarse encuentra justificaciones con argumentos aparentemente razonables. Por avaricia se deja de hacer mucho bien, ya que dar o apoyar solidariamente a otros, se convierte para quien la sufre en un problema que no es de fácil solución. Este pecado capital va muy unido a la envidia, a la ira, a la soberbia y puede desembocar en manifestaciones muy graves como el asesinato, el robo, la corrupción.

Las sagradas escrituras nos hablan de este asunto, y con sabiduría nos advierten de sus peligros: Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo! Eclesiastés 5,10.

¡Tengan cuidado! —Advirtió a la gente— Lucas 12.15. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes. Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores. 1 Timoteo 6,10. No te afanes acumulando riquezas; no te obsesiones con ellas. Proverbios 23,4. Inclina mi corazón hacia tus estatutos y no hacia las ganancias desmedidas. Salmos 119,36.

Tal como salió del vientre de su madre, así se irá: desnudo como vino al mundo, y sin llevarse el fruto de tanto trabajo. Eclesiastés 5,15. A la avaricia se le opone la generosidad que debemos practicar en todos los ámbitos. Recordemos que quien da con alegría, recibe siempre más.