6 de junio de 2025
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La acedia

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6 de ene. de 2023

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Por: Selma Samur de Heenan.

En las siete columnas anteriores, traté uno por uno, los siete pecados capitales. Hoy miremos un sentimiento que durante muchos años fue considerado el octavo pecado capital, pero que dejó de serlo a partir del papado de San Gregorio Magno. Se trata de la acedia o tristeza.

El llamado de Dios a la santidad es para todos sus hijos, pero darle una respuesta afirmativa se nos hace difícil porque encontramos obstáculos para poder asumirlo y aceptar los compromisos que implica. Una de esas barreras es la acedia, que se traduce en el desgano hacia la vida, principalmente por todas las cosas de Dios.

Esta tristeza puede originarse por diversas razones, como pueden ser los problemas y las adversidades, una inconformidad con las circunstancias bajo las cuales nos corresponde vivir, o simplemente porque se tienen un vacío interior, que no se sabe explicar. También es usual que aparezca como consecuencia de la falta de intimidad con Dios, porque no oramos ni nos relacionamos con ÉL a través de su Palabra y de los sacramentos, o por rechazar su Divina Voluntad, para regirnos por el querer humano que tanto daño nos ocasiona.  

Cuando el desánimo nos impide ver al mundo con alegría, el sinsabor se apodera del alma y tenemos pensamientos lúgubres que cambian la real percepción de nuestro propósito vital, y por eso se pretende erradicar ese sentimiento con lo superficial, material, pecaminoso o pasajero, dándole gusto al cuerpo saciando sus desordenados apetitos. Todo lo anterior es peor porque nos deja más inconformes y tristes.

 El hombre ha buscado que únicamente la ciencia médica resuelva el problema con tratamientos desde la psicología y la psiquiatría, desconociendo que la acedia principalmente es un mal del alma que muchas veces puede ser resuelto dando un combate espiritual.  

Los centros para tratamientos de los desórdenes mentales, sin lugar a duda, están albergando a personas urgidas de oraciones y hasta de exorcismos, porque su mal no es únicamente fisiológico. Sin embargo, el mundo secular y ateo, ha logrado desestimar el hecho de que somos seres integrales, dotados de un cuerpo físico y de un espíritu cuyas enfermedades llegan a ocasionar múltiples reacciones en nuestra mente y cuerpo, que pueden sanarse desde lo espiritual.

Es común encontrar a hombres que han sido heridos emocionalmente desde su más tierna infancia, y con el transcurrir del tiempo, en la medida que van creciendo, aumentan en tamaño y profundidad sus cicatrices porque las han ido tapando, ocultando o ignorando, con malos hábitos que agravan el diagnóstico y entristecen la vida.

Para la tristeza es necesario proponerse la virtud de la alegría que se construye acudiendo al médico de médicos, al dueño de todo lo creado, que siempre al ser llamado viene en nuestro auxilio. La confianza en Dios va dando el sentido a nuestra existencia, otorgándonos la capacidad de producir enormes dosis de gozo que nos llevan a entender que la tristeza es una mentira que podemos desterrar con su ayuda, y permitiéndonos aceptar que las pruebas, dificultades o cruces que debemos cargar, hacen parte ineludible del camino hacia la meta: el Cielo.