26 de abril de 2024
Tendencias

© 2023 El Meridiano.

Incertidumbre

Por
20 de ene. de 2024

Compartir con:

thumbnail

Por Olga Leonor Hernández B.


La incertidumbre es como un líquido espeso y pegajoso. Cuando lo tocas se pega de inmediato al cuerpo y mientras más intentas limpiarlo y sacudirlo más se expande y se adhiere. Poco a poco el desespero lo va inundando todo, dando la sensación de que nada funciona, que todo está sucio y por lo tanto no hay ningún tipo de solución, solo queda la resignación.


Dentro de esa incertidumbre, extrañamente no hay silencio. Una nube de pensamientos y emociones a veces indeterminadas, nos abruman y nos aturden. Es tanto el ruido que uno queda sordo, escuchando un zumbido que vibra y vibra hasta llevarnos al desespero.


La incertidumbre es no saber y por lo tanto la comprensión de lo que pasa se nos hace lejana. Ataca la necesidad, casi que básica, de sentir que se tienen las herramientas y capacidades para gestionar o manejar una situación. Si, eso de la necesidad de control, que ahora en redes aparece tan cuestionado, es una necesidad humana. El problema no está en querer saber qué hacer o querer saber de qué se trata algo, el problema está en el intento de tener dominadas todas las variables y de pretender que al hacerlo el resultado debe ser justo lo que queremos y no lo que realmente es, lo cual es imposible. Como me dijo una amiga: cada cosa a sus ritmos.


Lo paradójico de todo es que el “antídoto” a la incertidumbre es contraintuitivo. Las ganas de correr a quitarnos de encima lo que sentimos solo agrava la situación, nos ensordece y nos desgasta.

Parece ser que lo único que funciona es la lentitud; observar eso que tengo encima, mirar de qué sustancia está hecho, comprender de qué forma se está extendiendo sobre mí.


La incertidumbre no es cómoda, es absurdamente gritona y bullosa, no nos deja pensar con claridad y nos envuelve en un torrente emocional en el que subimos y bajamos sin descanso. Exasperarnos ante la incomodidad de la incertidumbre solo nos irrita y nos ancla en un desespero sordo. A la incertidumbre, como a todo lo que sentimos, hay que darle la bienvenida. Aceptar lo que pasa no desde la resignación sino con afán comprensivo, para tener entonces un suelo un poco más firme para movernos.