29 de marzo de 2024
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<strong>Formas del amor (II)</strong>

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18 de mar. de 2023

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Por: Olga Leonor Hernández Bustamante

Conocí una persona que caminaba con los hombros recogidos y la cabeza un poco clavada entre ellos. Supongo que su historia de abandono y dolor era tan pesada que poco a poco la fueron hundiendo, hasta que su cabeza empezó a pesar más de lo normal y empujó hacia atrás su corazón.

De pequeña, las necesidades económicas de su mamá terminaron por hacer que desde los diez años viviera con una familia que le daba posada y alimentación a cambio de hacer los oficios de esa casa. Al servicio de los demás, desde tan pequeña, aprendió que sus necesidades y deseos debían estar siempre congelados, a la espera de que, seguramente por caridad, alguien se decidiera a darle algo. Tres años después, su mamá muere y queda huérfana en una familia a la que no pertenecía y en la cual empezaron a verla como una carga. Ya no había manera de “devolverla”, como si fuera un objeto, que no siente nada, pero que se usa hasta que deja de ser útil.

Así fue como buscando tener un lugar propio se “enamoró” y a los 13 años se fue a vivir con un novio de 19. Era una relación construida una parte por un enamoramiento de palabras bonitas que nunca había tenido la oportunidad de escuchar, y por otra, era un escape a sus condiciones de vida con la esperanza de poder estar donde no se la hiciera sentir desechable o descartable.

Sin embargo, ha vivido tan convencida de su pequeñez que su voz nunca se escucha en su casa. Es la esposa, pero no tiene la opción de tomar decisiones más allá de las básicas respecto al cuidado de la casa. Es la mamá, pero ha criado a sus hijos sintiéndose como alguien de poco valor, de forma tal que ellos han aprendido a exigir sus cuidados y descartar su presencia y opiniones de forma permanente.

Es una persona tan convencida de su invisibilidad que siente que si se marcha, nadie la echaría en falta. Si un evento de esos sobrenaturales sucediera y ella desapareciera, todo el mundo estaría mejor. Aun así, no se va, no alza la voz, no construye sueños propios, es incapaz de desear. No logra verse por fuera de este lugar, que la maltrata, pero al que siente que pertenece; en una expresión desgastante de la frase popular “peor es nada”.

Hay personas que aman por encima de todas las cosas, incluso por encima de sí mismas. Son personas que han aprendido que su lugar es el de la no existencia, que saben volverse invisibles para ser la fuerza que impulsa a los otros, menos a sí mismas.