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Explosiones controladas

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9 de feb. de 2023

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Por José Manuel Acevedo

Fue el ahora ministro de Educación, Alejandro Gaviria, quien acuñó aquello de "explosión controlada" para justificar su apoyo al hoy presidente Gustavo Petro en la más reciente campaña presidencial. Entonces dijo: "Estamos durmiendo encima de un volcán (…) podría ser mejor tener una explosión controlada con Petro que embotellar el volcán".

Seis meses después de la posesión del Presidente, tal vez Gaviria siga dándole alcance al término que se inventó y, por eso, en vez de salir corriendo y renunciar, como le piden algunos dogmáticos, el exministro de Salud y ahora jefe de la cartera de Educación está simplemente nutriendo la discusión desde adentro, dando los debates más hondos en el centro mismo del volcán; provocando explosiones controladas que, en últimas, le permitan al país tener a un vocero de la sensatez en un gabinete ciertamente dispar.

Lo mismo hacen otros ministros, todo hay que decirlo. José Antonio Ocampo, catalogado como el 'adulto responsable' del gabinete, o Cecilia López, quien ha recordado, cuando ha podido, lo que fue su experiencia como directora del Instituto de Seguros Sociales para que no se repita una tragedia igual, o Jorge Iván González, director de Planeación Nacional, quien aborda con mirada serena asuntos como el de la transición energética, o Catalina Velasco, la ministra de Vivienda, quien ha asumido eso de "construir sobre lo construido" con enorme responsabilidad. Quizá por eso, sotto voce, se habla de un "progresismo técnico" dentro del Gobierno que encarnan algunos de estos funcionarios, y no queda más que esperar que ninguno de ellos 'tire la toalla', o no por lo menos tan pronto.

Ahora bien, no parecen ser los únicos que creen en las explosiones controladas. Al expresidente Álvaro Uribe Vélez le debió de empezar a sonar esa expresión también. Desde junio, cuando se produjo su primer encuentro con el presidente electo Gustavo Petro, ambos dejaron claro cuál sería el talante de su relación. Luego vino otra reunión en la Casa de Nariño en lo más álgido de la discusión de la reforma tributaria, y hace apenas unos pocos días habría de llegar el tercer encuentro oficial entre el exmandatario y el Presidente actual, en pleno debate por la reforma de la salud.

Tres veces se han visto, siempre con testigos, con la idea de que las conversaciones difíciles deben tenerse en compañía de otras personas, pero en cada una de esas ocasiones la conclusión ha sido la misma: diálogo franco, abierto, respetuoso, sin abrazos, sin anuncios estridentes y sin siquiera ponerse de acuerdo en algo distinto a que el poder del diálogo, especialmente entre contrarios, es la herramienta idónea para desactivar la polarización.

Es también una explosión controlada que, a pocos días de sendas marchas de amigos del gobierno y militantes del antipetrismo, los líderes de ambas orillas demuestren a sus bases que no es con odio o agresión como se establecen las relaciones entre Gobierno y oposición. En una sociedad fragmentada como la nuestra, Uribe y Petro han tenido claro que ninguno gana si se dinamitan del todo los puentes. Su relación es más bien una en la que las explosiones controladas han resultado altamente funcionales para Colombia.

Por eso habla bien de nuestros líderes que, en medio de la incertidumbre de muchos y el desánimo de otros, exploten controladamente esas cargas, que si se dejan acumular podrían reventar a este país. Ojalá Uribe y Petro, los ministros activistas y los del progresismo técnico pudieran volver a Álvaro Gómez y encontrar caminos que conduzcan al nuevo acuerdo sobre lo fundamental. ¿Será mucho pedir? ¿Será mucho soñar?