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El protocolo funerario en un mundo virtual

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25 de feb. de 2023

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Por Pablo Rosselli Cock

Hace algunos años le sacaba el cuerpo a los velorios en los que no sabía qué decir ni cómo comportarme con los deudos. Por fortuna, eran tiempos en que, en razón de mi juventud, era inusual ir a un funeral y más bien, vivía de fiesta en fiesta. Ahora, en que las invitaciones a bautizos, a primeras comuniones y a matrimonios, son cosas del pasado, suelo visitar las funerarias con inusitada frecuencia.

Conozco dónde venden en los alrededores un buen café o una torta de zanahoria, y hasta aprendí los nombres de los empleados del parqueadero vecino a las salas de velación. Identifico cuando el padre que oficia la misa conoce de cerca al difunto y alude a él con el afecto de quien está familiarizado con su carácter y su legado. Sin embargo, la mayoría de las veces no sabe de quién se trata y debe recurrir a un papelito donde está escrito el nombre del que escucha con resignación eterna desde su ataúd.

Recuerdo con amargura los funerales de la pandemia en los que no existieron el contacto cara a cara con los familiares del fallecido ni los ritos funerarios, y las despedidas se hicieron por miles a través de la frialdad de una pantalla. Las condolencias sinceras se hacían a través de un chat personal con palabras respetuosas y salidas del alma o por un frío chat grupal con expresiones acartonadas como "te acompañamos en tu dolor", "estamos contigo en estos difíciles momentos", que más que demostraciones de empatía son salidas del paso. Además, en los grupos se corre el riesgo de que a alguien se le ocurra soltar un chiste o enviar un mensaje inapropiado que desentona con la solemnidad del momento en que se está diciendo adiós para siempre.

Los consabidos, "en paz en su tumba", "Dios lo tendrá en su cielo", "está mejor allá", a veces suenan ridículos, muestran falta de imaginación y pueden ser inoportunos para las personas con convicciones religiosas diferentes. En la época de los telegramas, desconocidos totalmente para las nuevas generaciones, los mensajes eran una joya literaria: "por fin al lado del redentor", "Profundamente apenado por la partida de" o "con verdadero sentimiento nos asociamos a su gran pesar".

En lo personal, y por las características de mis vínculos afectivos, no voy a un funeral por obligación, o porque necesite que me vean; hasta allá no llega mi hipocresía. Cuando voy, lo hago por convicción y digo lo que mis sentimientos me indiquen, y a veces me indican el más poderoso de los mensajes: el de la compañía en silencio.

Lástima que la muerte no siempre avisa ni deja tiempo para una despedida apropiada pues casi siempre los mensajes de quienes se van son más auténticos que los que se quedan, como el de mi bisabuelo antes de morir súbitamente tras una hemorragia cerebral: "tranquilos que no es nada" o los expresados en los epitafios como el breve, de Walter Lantz el creador de El pájaro loco "that's all folks!"