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El perdón

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7 de dic. de 2022

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Por Rafael Negrete Quintero

Un par de años después de haber firmado el acuerdo de paz un ex miembro del secretariado de las Farc se dirigió a un auditorio académico, de unas 20 personas, dentro de las cuales me encontraba yo, para presentar su visión sobre la coyuntura política del país y el estado de la desmovilización. Nadie se lo esperaba ni nadie se lo pidió, no estaba obligado a hacerlo, pero lo primero que hizo cuando comenzó su charla fue pedirnos perdón.

Las reacciones fueron diversas. Hubo desconcierto, rabia y en algunos casos comprensión. Dependía mucho por supuesto de los antecedentes que tuviera cada persona con el protagonista de la historia o con el grupo que por muchos años representó. Yo quedé estupefacto, nunca había estado frente a un excomandante guerrillero y no esperaba que iniciara su discurso de esa forma, pero otra cosa pensaba un directivo del sector palmicultor quién tuvo mucho más trabajo que otros compañeros de salón para aceptar esa disculpa.

Los expertos dicen que entre más se disculpa la gente más disculpas esperamos, pero menos estamos dispuestos a perdonar. Las disculpas se han vuelto así cada vez menos efectivas porque ahora todo el mundo se está disculpando. Un fenómeno cada vez más notorio y producido desde las redes sociales. Se ensaya un guion, se pone cara de compungido y se expresan las palabras mágicas. Algunos influencers han llegado al ridículo de disculparse por unas disculpas.

En todo caso, más allá del fenómeno de redes, es difícil disculparse y es difícil hacerlo de una manera sincera. Se lucha, de manera natural, con la necesidad de hacer sentir bien a quienes herimos, pero también con la necesidad de mantener una buena imagen de uno mismo. Ahora bien, cuando se desea de verdad, disculparse frente a multitudes puede ser muy difícil. Es difícil complacer a todo el mundo.
Yo particularmente, criado en el arte de pedir perdón por todo como buen colombiano, desconfío hoy en día de todos estos ejercicios de perdón de la justicia restaurativa. No porque no vea valor en ellos sino porque siento que están basados en ofrecer unas disculpas por parte de los victimarios que no necesariamente las víctimas quieren. Una disculpa no debe ser una actuación sino una conversación, escuché en un programa en estos días.

Una conversación con verdades incómodas en las que el resultado final no necesariamente deba ser la exoneración del victimario. Si esa es la premisa, lo que estamos haciendo entonces es fomentar la ocurrencia de nuevos agravios. Imposibilitando la construcción de una historia que me permita ponerme en los pies del otro. "Ahora que lo escucho yo en su lugar hubiera hecho lo mismo". Ojo con lo que hacemos. No podemos seguir fomentando que sea mejor pedir perdón que pedir permiso.