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El inmortal

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19 de feb. de 2023

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Por Álvaro Bustos González :

Entró por la puerta grande, no sin algunos resquemores del progresismo, el escritor Mario Vargas Llosa a la Academia Francesa. Ese progresismo, cuyas raíces decimonónicas son las mismas en América Latina que en Europa, todavía tiene al Che Guevara y a Fidel Castro como prototipos de la dignidad y la independencia. Qué fácil es confundir la sociopatía y la dictadura con las virtudes de la libertad.

Haber ganado el premio Biblioteca Breve, el Príncipe de Asturias, el Cervantes y el Nobel de Literatura hablan muy bien del escritor peruano que conoció a su padre, a quien daba por muerto, a los 10 años, y quien más tarde se casó con una tía y una prima en una seguidilla familiar algo enigmática. Vástago de un padre autoritario que se oponía a la precoz vocación literaria de su hijo porque, supuestamente, era indigna de un varón, persistió en la lectura clandestina para vivir otras vidas y conocer su contrafaz, que es como él precisa el objetivo del amor por los libros de ficción, y así comenzar a escribir una obra profusa y memorable a pesar de los altibajos propios de todo esfuerzo narrativo.

Culpable, como todos los intelectuales que espigaron a mediados del siglo pasado, de fomentar la ilusión revolucionaria, hoy el mil veces galardonado está en las antípodas de aquella obstinación que a nadie ha redimido. La contrición de haber transitado por aquellos riscos agitados y barbudos, sin embargo, le ha granjeado la animadversión de los nostálgicos del arrasamiento, quienes aspiraban a crear un hombre nuevo, ornado de santidad y entrega a la vida comunitaria y desinteresada, sin importar que la realización de semejante utopía estuviera engarzada en la boca miserable del fusil y los secuestros.

Viejo ya, con la pichula inútil, al inmortal se le dio por ingresar a la “civilización del espectáculo” de la mano de una avezada cazadora de celebridades. Dizque se enamoró, como si ese sentimiento le fuera dable, de manera fulminante, a los hombres en las postrimerías de su existencia, cuando suelen ser más vulnerables, en esa instancia, a los anzuelos proditorios que a las pasiones inocentes. “No hay peor vaina que un viejo loco”, le oía decir a los amigos de mi padre.

Gran escritor de ensayos, narrador de fuste e intelectual prominente, de Vargas Llosa me quedo con La fiesta del Chivo, la novela dedicada al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
*Decano, FCS, Unisinú -EBZ-.