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Por Ensuncho de la Bárcena
En primer lugar, agradezco a Dios, a Don Rami y a la Niña Nohorys, por la vida.
Haber nacido en una tarde de abril, a mediados de los setenta, es algo que les agradeceré por siempre. También a mi abuelo Leonardo, por enseñarme a leer y escribir; a mi abuela Juanita, por enseñarme a rezar; y, por supuesto, a todos los maestros que he tenido desde la primaria, pasando por la secundaria, el pregrado y la maestría que estoy a punto de recibir.
Todo esto lo escribo para dar las gracias a los amigos de El Meridiano, en particular a Rahomir Benítez, por permitirme abrir este espacio de diálogo con los lectores del prestigioso diario del Sinú, la Sabana y el San Jorge. Es probable que más de uno, a estas alturas, se esté preguntando quién soy yo y qué va a encontrar aquí.
Mi nombre de pila es Juan Carlos Ensuncho Bárcenas y nací en San Marcos, La Perla del San Jorge. Crecí en una familia sencilla y servicial de cinco hermanos, guiados por la honestidad y disciplina de un funcionario de Telecom y la sabiduría y dignidad de una ama de casa. Desde pequeño me destaqué en los eventos literarios de mi pueblo y cuando tenía trece años supe que iba a ser escritor. A los catorce hice por primera vez periodismo, estudios que comencé en Barranquilla y terminé en Cartagena del Caribe, a principios de este siglo.
Cuento todo esto porque los lectores se encontrarán en este espacio semanal con columnas de arte, viajes y cultura, tres temas que me apasionan; siempre desde una perspectiva individual, intentando alejarme de los tópicos y siendo más bien atípico.
Ser Caribe es mucho más que ser "costeño". Me explico. El Caribe es un reino muy amplio que resultó de la sumatoria de muchos reinos de Europa, Asia, África y, por supuesto, América. El Caribe es el mar donde comenzó el Nuevo mundo que hoy somos. El Caribe es para nosotros lo que el Mediterráneo fue para el Viejo Mundo. Este inigualable sitio de encuentro es donde se mezcló la sangre y cientos de árboles genealógicos trenzaron sus ramas para conformar el bosque de la alegría.
Esto somos para el mundo: el lugar donde no solo se acepta la diferencia, sino que se le celebra con música, danza y palabra. Aquí reside nuestra fortuna, nuestra gracia, nuestro potencial: somos una cultura intercontinental cargada de color, ritmo y esplendor. A ello debemos apuntar para atraer a los buscadores de alegría de todo el planeta, si queremos lograr un desarrollo que tenga nuestro rostro.