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“Nada ha contribuido tanto como la literatura a crear ese lazo entre los seres humanos, que nos une a todos a pesar de nuestras diferencias.” (Vargas Llosa).
Por: Carmelo Román Agámez
Cuando el escritor mexicano Carlos Fuentes describió el fenómeno literario del Boom Latinoamericano, del cual él hacía parte, afirmó que “era un cruce de caminos del destino individual y el destino colectivo expresado en el lenguaje". Con esa definición logró plasmar en una sola frase las aristas que este movimiento tocó. Si bien el Boom marcó a varios autores, y los encumbró hacia el máximo galardón, también es cierto que puso en la mira a toda América Latina con su simbología, su magia, sus paisajes y sus eventos con el dominio de un lenguaje rico que marcó una nueva era en la narrativa del continente en la segunda mitad del siglo XX.
El Boom, además de abarcar una generación fabulosa en las letras latinoamericanas se dio a conocer en la década de los años sesenta y explotó en toda su dimensión en los 70, convirtiéndose en un movimiento editorial, social y cultural que echó raíces y engrosó su tronco para dar abundante sombra a una generación que le seguía y que se alimentó de ese bagaje que ellos emanaron.
Al hablar del Boom, es necesario nombrar a Julio Cortázar (1914-1984), Carlos Fuentes (1928-2012), Gabriel García Márquez (1927-2014) y, cómo no, a Mario Vargas Llosa (1936), quien fue el más joven de ellos, y cuya muerte el 13 de abril de 2025 pone fin a los últimos vestigios de una época brillante de las letras hispanoamericanas de todos los tiempos, al perder a uno de sus ilustres representantes.
Lejos de quedarse en la sombra de ese fenómeno editorial, Vargas Llosa forjó un estilo propio, tan riguroso como apasionado, que lo llevó a recibir el Premio Nobel de Literatura en 2010, título que la Academia sueca le reconoció por “su cartografía de las estructuras del poder y su penetrante imagen de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”.
Su muerte es un acontecimiento propicio para recordar al poeta, Alberto Fernández, quien aparece como personaje principal en las páginas de "La ciudad y los perros"; a Pantaleón Pantoja “Pantita” y sus visitadoras; a la Tía Julia y a Pedro Camacho, el divertido boliviano que hacía libretos de radionovelas; y a otros tantos que marcaron a una generación de lectores a lo largo y ancho del continente americano y del mundo en general.
Mario Vargas Llosa: una exploración de la condición humana.
Mario Vargas Llosa es uno de los escritores más influyentes y prolíficos de la literatura latinoamericana contemporánea. Intelectual incansable. Su obra abarca una amplia gama de géneros, desde la novela y el ensayo hasta el teatro y la crítica literaria.
Nació en la ciudad de Arequipa, Perú, en 1.936. Hijo de un padre autoritario que nunca quiso que su hijo fuera escritor. Sin embargo, este, desde muy joven, comenzó a construir una carrera marcada por la lucidez crítica y la pasión por la narrativa. En su adolescencia Vargas Llosa se unió a una célula comunista y fue un simpatizante de la revolución cubana liderada por Fidel Castro. Sin embargo, terminó desilusionándose y denunciando a la cuba castrista.
Los diversos acontecimientos vividos bajo el régimen de Fidel lo llevaron a evolucionar en un principio desde las posturas marxistas hacia un liberalismo democrático, llegando a simpatizar finalmente con la derecha latinoamericana, pero mostrándose siempre como defensor de la democracia y de la libertad. Sin embargo, la parte férrea llegó hacia 1980 cuando dijo que no creía más en el socialismo como la solución para los países en desarrollo.
El escritor quiso mostrarse, entonces, como defensor de la libertad económica, alejándose gradualmente de su pasado comunista y atacando a los líderes de la izquierda latinoamericana que consideraba dictadores, totalitarios y populistas, llegando al punto de tildar a García Márquez como un “cortesano de Fidel Castro”, lo que le hizo perder el apoyo de muchos de sus contemporáneos latinoamericanos, y le generó muchas críticas a su obra.
Por otro lado, en lo que concierne al ámbito literario, el peruano fue un verdadero genio de la arquitectura con la que se construye una novela. A sus 33 años ya había publicado sus cinco primeros libros. Su irrupción en la literatura se dio con Los jefes (1959), una colección de cuentos que ya anunciaba los temas que lo acompañarían durante toda su obra: el poder, la masculinidad, la autoridad, la violencia, la libertad, la identidad.
La racha de éxitos continuó con La ciudad y los perros (1.963), con la que rompió los esquemas en la narrativa latinoamericana por su estructura innovadora y su crítica feroz a la autoridad y la violencia, basada en su experiencia en un colegio militar peruano y con la que provocó el enojo del ejército de su país. Mil ejemplares del libro fueron quemados por las autoridades militares y algunos generales lo calificaron como falso y al autor de comunista.
Luego siguieron La casa verde (1.966); Los cachorros (1.967); y Conversación en la catedral (1.969), cada uno más grueso y con mejor contenido que el anterior; sin olvidar que para esa misma época realizaba su tesis doctoral sobre Gabriel García Márquez, la misma que Seix Barral lanzó en 1971 con el título "García Márquez: Historia de un deicidio".
A lo largo de su carrera, Vargas Llosa exploró temas como la política (La fiesta del chivo, 2.000), la erotomanía (Los cuadernos de don Rigoberto, 1.997), la reconstrucción histórica (La guerra del fin del mundo, 1.981), la exploración de la violencia y la descomposición moral (La ciudad y los perros, 1.963), la marginación, la pobreza y los contrastes de la selva amazónica (La casa verde, 1.966), creando una obra rica y compleja que ha sido reconocida con numerosos premios y distinciones.
La narrativa de Vargas Llosa se caracteriza por su complejidad y profundidad. Sus novelas suelen ser estructuras complejas que combinan diversos elementos. En obras como "La ciudad y los perros" y "Conversación en La Catedral", el autor explora la realidad social y política del Perú y de América Latina, abordando temas que después se van a volver recurrentes y marcarán su colosal obra.
Luego del éxito de sus primeros libros y tras 16 años viviendo en Europa, el escritor regresó a Perú en 1974, y encontró un país gobernado por una dictadura militar de izquierda. 16 años después, en 1990, se postuló a la presidencia de su país que estaba dividido por la violencia del grupo guerrillero “Sendero Luminoso” y una economía hiperinflada que asfixiaba a los ciudadanos. Pero fue vencido por un desconocido rector universitario, Alberto Fujimori, experiencia que el peruano calificó más tarde como “el mayor error de su vida”.
Por otra parte, una de las características más destacadas del peruano es su análisis de la condición humana. Sus personajes son complejos y multifacéticos, con motivaciones y conflictos internos que los hacen creíbles y humanos. En obras como "La tía Julia y el escribidor (1.977)" y "Elogio de la madrastra (1.988)", Vargas Llosa explora temas como el amor, la pasión y la identidad, creando una visión profunda y matizada por la experiencia de los individuos.
Su escritura fluye como los ríos de Iquitos: con fuerza y pasión. Su estilo es cautivador, con una capacidad para crear personajes y atmósferas que nos transportan a mundos desconocidos y nos hacen reflexionar sobre nuestra propia existencia. Sus obras nos ofrecen una visión profunda de la sociedad peruana, Sus personajes son creíbles y humanos, con motivaciones y conflictos internos que nos hacen sentir empatía y comprensión.
Su obra ha sido objeto de estudio y análisis en universidades y centros literarios de todo el mundo. Además, Vargas Llosa se ha mostrado como un defensor apasionado de la libertad de expresión y la democracia, utilizando su plataforma como escritor y pensador para promover una cuestionada justicia social en los países latinoamericanos.
Algunos críticos afirman que Vargas Llosa muchas veces olvidaba que la misión esencial del escritor es escribir para el lector, y que la principal cualidad del lenguaje, por encima de otras de carácter secundario, es la claridad. Lo cuestionan por no utilizar las palabras con propiedad, por no manejar bien los complementos ni marcar adecuadamente la ilación de las ideas. Discuten su ligera redacción, su supuesta escasez lingüística y su indiferencia frente a los recursos expresivos que podrían embellecer mucho más sus textos para que no terminen fastidiando a los lectores, tal como ocurre en su novela “Cinco esquinas (2.016)”, que es, para muchos, una repetición de la repetidera.
Allí el escritor se traslada a la época de la dictadura de Alberto Fujimori, su gran enemigo político en la década de los años noventa, y se sitúa en el barrio Cinco esquinas, en pleno corazón de Lima, para enfocar la corrupción reinante en ese sector, y que extiende sus tentáculos a todos los vicios que destruyen a la población peruana: violencia, engaño, drogas, ambición, lesbianismo, y, desde luego, el predominio de la prensa amarilla, respaldada abiertamente por el régimen fujimorista, con descripción de escenas sexuales, que rayan en la perversión y que terminan creando una reacción contraria que perturba el hilo de la lectura.
Lo mismo sucede con la novela Tiempos recios (2.019), quienes alcanzan a leerla terminan defraudándose.
Es una obra socavada por la cansonería, enredada, con un lenguaje seco, que genera una prosa tormentosa para el lector. Son treinta y dos capítulos, entrecortados y entrelazados que narran el golpe militar perpetrado por Carlos Castillo Armas, en 1954, contra el presidente guatemalteco Juan Jacobo Árbenz, también militar, y auspiciado por Estados Unidos a través de la Central de Inteligencia Americana (CIA), con el beneplácito del presidente gringo Dwight Eisenhower.