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Delirio Americano

Por Álvaro Bustos González*
Las columnas de Carlos Granés en El Espectador tienen un inconfundible aire de independencia conceptual ya en desuso. En medio del barullo de actitudes y estilos políticamente correctos que inundan las páginas de los periódicos, sin mencionar a los criticones y odiosos de oficio, cuyas ideas obsesivas son incapaces de trascender la animadversión personal y la inquina, este prolífico escritor, con una discreción admirable y un tino poco usual, da ejemplo de ecuanimidad y compostura sin hacerle concesiones a las falacias idealistas ni a las soluciones fáciles.
Una herencia del modernismo de Rubén Darío mezclado con los sueños de José Martí, las varias formas del amor propio influenciado por el surrealismo, la obsesión revolucionaria afincada en las barbas de Fidel Castro, la recua de militares de contrapuesto signo ideológico ejerciendo la dictadura, el indigenismo, el criollismo, diversos remedos vanguardistas en las artes, el alboroto justiciero de los intelectuales poco familiarizados con el método científico, una enclenque institucionalidad y una tendencia patológica al apaciguamiento, ahora llamado acogimiento, constituyen la savia funesta de un subcontinente plagado de perfidias, corrupción estrepitosa y alucinaciones políticas que conforman la médula de Delirio Americano, el profuso ensayo con el que Granés desnuda las profundas grietas y contradicciones que yacen en la desigual conformación de las frágiles democracias que, en América Latina, deben soportar las veleidades recurrentes de la demagogia y el populismo.
Hoy se instala una nueva ilusión en nuestro país. La parte derrotada del pueblo guardó silencio, mientras sus jefes regionales salían disparados a continuar con el juego inescrupuloso del poder sin que nada les importaran las desavenencias de la víspera. La vaga noción del cambio hizo metástasis y al final del día se encontraron los adversarios de ayer haciendo parte de un pacto tan heterogéneo que las primeras fisuras del bloque histórico se están dando en las cuevas de los catecúmenos originales.
Se anuncian impuestos más dolorosos que los que desencadenaron la pasada revuelta criminal, el perdón se ofrece al por mayor y al detal, como si los gestos de buena voluntad fueran suficientes para dulcificar el alma de los malhechores, la cultura se prepara para volar libremente con las alas del compromiso, a la manera de Sartre, y la educación de los niños se verá marcada por las horrendas culpas del Estado y sus élites tradicionales (hoy paradójicamente aliadas del nuevo gobierno), mientras en las calles se promueve una esperanzadora mojiganga. Creo que se trata de otro delirio.
*Decano, FCS, Unisinú -EBZ-.