8 de agosto de 2022 - 7:55 AM

Del eufemismo a otro orden

Del eufemismo a otro orden

Por José Arturo Ealo Gaviria

El eufemismo cumple la función social de denominar un objeto enojoso o irritante y las consecuencias desagradables o fastidiosas de este objeto sin designarlos expresamente. Se evitan mencionar expresiones tabúes. Con esta frase menos ofensiva que suple a otra de mal tenor que puede ofender o sugerir algo no agradable al receptor se dignifican profesiones u oficios, por ejemplo: “chef” por cocinero; “auxiliar de vuelo” por azafata. O para moderar la alusión de una realidad penosa o triste, “pasar a mejor vida”. Hay a montones. Y si me lo concedes, con todo el respeto, expreso en esta cita: “Por hipocresía llaman al negro, moreno; trato, a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas, y al mozo de mulas, gentil hombre del camino”. De esta manera denunciaba el poeta, prolífico escritor de narrativa y de teatro español Francisco de Quevedo el empleo de eufemismos en la literatura y las costumbres de su tiempo. Pero el gran poeta no descubría nada nuevo. El miedo del ser humano a las palabras, es decir, a la realidad nombrada por ellas, está en el origen de los rodeos, disimulos y disfraces de haberla valido para hermosearla y maquillarla. Negar la muerte, por ejemplo, enriquece la lengua con miles de voces y ambigüedades dulcificadas: por no morir se “pasa a mejor vida”; o bien “dormir en el sueño de los justos” o el “sueño eterno”, o se aspira “descansar en paz”; es decir, se trata de dormir y viajar para sostener la ilusión de no morir.

Apuntando a un Nuevo Orden Mundial el lenguaje acuña terminología nueva, para imponer y ocultar su agenda. El globalismo usa para ello “eufemismos”, es decir, conceptos que maquillan, disimulan la brutalidad de sus objetivos, nada humanistas, relacionados con el control demográfico, de la natalidad, y todo el veneno del marxismo posmoderno: crear e intensificar conflictos entre mujeres y hombres, entre heterosexuales y homosexuales, entre negros y blancos, entre indígenas y blancos, entre eco-animalistas y familias naturales, y sobre todo, entre cristianos y anticristianos. Bajo el antifaz de la “defensa nacional” se oculta la industria armamentística, que produce lo que el Pentágono califica de “bombas inteligentes”, “balas limpias” y artilugios fulgurantes útiles para emprender “ataques preventivos”, “incursiones aéreas”, “limpiezas étnicas” y otras formas de “injerencia humanitaria”, “daños colaterales” incluidos.

No caigamos a los encantos de los engaños lingüísticos ni demos acomodo a huéspedes ridículos o superfluos del lenguaje, como lo eufemismos, las artimañas de la corrección política. Pensar que la lengua que hablamos determina nuestra concepción del mundo es una ensoñación narcisista. Las naciones y las religiones han encontrado en las lenguas un animal de carga perfecto para endosarles el fardo de la nacionalidad o una misión mesiánica. Pero convertirlas en depositarias de la identidad o cargar sobre sus hombros el logro de reivindicaciones políticas, sociales y culturales pervierte claramente su significado originario. La lengua no es un dominio de nadie, es propiedad de todos. Su mejor virtud es para el entendimiento del mayor número de personas durante el mayor tiempo posible.

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