© 2023 El Meridiano.
Compartir con:
Por Marta Sáenz Correa:
Las experiencias que vivimos nos cambian y ayudan a restablecer nuestras prioridades y conceptos, a no dejar que nos pisen, que se aprovechen de nuestras ideas, o que nos hagan sentir pequeños. En resumen, nos ofrecen la posibilidad de dar a cada persona el valor que ella merece.
Priorizar y dar a cada persona la posición que le corresponde en nuestra vida significa construir, solidificar las bases de la autoestima, fortalecer el concepto que tenemos de nosotros mismos y lograr discernir lo positivo y lo negativo para nosotros. Para hacer esto debemos asumir que no todo el mundo debe tener voz y voto en nuestras vidas.
Si alguien no te da importancia o te ignora, no mendigues su atención.
Con el paso del tiempo nos hacemos expertos en darnos cuenta de lo que en realidad nos interesa. Hablamos de vínculos sanos e insanos, de personas que nos enriquecen y de personas que nos dañan, de costumbres y expectativas. Nos obsesionamos por agradar a todo el mundo y porque todo el mundo nos agrade. Habitualmente esto cambia con el tiempo y bien sea por los años o por los daños, comenzamos a darle prioridad a quienes consideramos importantes en nuestra vida.
No es cuestión de tener amigos eternos, o parejas para toda la vida, se trata más bien de reconciliar nuestras prioridades haciéndonos conscientes de nuestros afectos y enriqueciendo nuestro bagaje relacional.
El verdadero valor de una persona no se encuentra en su inteligencia, ni en sus talentos, ni en sus habilidades, ni siquiera se encuentra en sus principios.
El auténtico valor de una persona es esa capacidad tremendamente generosa de situarse en el lugar del otro, de olvidarse de uno mismo, y de postergar ser el centro del universo por empatizar con tus semejantes. Sentir empatía requiere de un grado de atención cuantioso, de un esfuerzo extraordinario de observar al otro. Las personas que tienen valor en nuestras vidas son elegidas por nosotros, así como la prioridad que le damos.
Por lo anterior, debemos tener claro que la única persona imprescindible para nuestra felicidad somos nosotros mismos. Si tenemos amor propio y nos respetamos, será más difícil que desde el exterior puedan dañarnos. Nunca pierdas tu valor por una persona que no sabe lo que tiene.
Si alguien no te da importancia o te ignora, no mendigues su atención.
Debemos esforzarnos por tomar distancia emocional de aquellas personas que ponen en jaque el equilibrio de la balanza afectiva que todos necesitamos.