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Por Olga Leonor Hernández Bustamante
No sé como vivir sin él. No es un arranque poético lleno de drama, ni la estrofa de una canción de música de despecho, no. Es que realmente no sé vivir sin él.
Es decir, desde que lo conocí descubrí la comodidad de entregar a otro el peso de mis decisiones. No te hablo de las decisiones profesionales, laborales o académicas, en eso soy muy buena y cada vez más asciendo en mi trabajo. Te hablo de las decisiones cotidianas, las simples, las que construyen el día a día.
No tengo la menor idea de cuánto se paga de luz en mi casa. No voy a hacer mercado hace años, pues de eso él se encarga. No tengo claridad en cuánto está el arriendo ni cuánto valen las canastas de huevo que consumimos cada dos por tres. Nunca he hecho el trámite virtual para pagar el agua, ni tengo claro cuántas megas tiene el internet. No tengo en mi teléfono el dato del plomero y mucho menos el del electricista. No sé ni siquiera el costo del plan de datos de este celular ¿Ya me entendiste? No exagero cuando digo que no sé cómo vivir sin él, porque ahora que se fue es que hago mi ingreso a esa parte de la vida adulta.
Lo curioso de todo esto es que solo he tenido que pensar en mí. En hacer lo que quiero y lo que me gusta, en avanzar en mi carrera, en comprar con mi salario las cosas que quiero y que la verdad muchas veces no necesito. ¿Ves la paradoja? Me han despejado todo el tiempo el camino y me han liberado de responsabilidades, pero el costo de esto ha sido mi propia autonomía. He tenido la libertad siendo dependiente. Parece un mal chiste, pero describe la vida que hasta ahora he tenido.
En mi vida entonces he sido la copiloto. Voy sentada adelante en el carro, sí, pero nunca he sido la que decide la dirección o el destino porque simplemente no he tenido el manejo del timón. He sido de esos copilotos que una vez iniciado el viaje se duerme, con la confianza de que, al abrir los ojos, ya estará más cerca del destino esperado. No sé lo que significa manejar mi vida, manejar responsablemente mis cosas. Ahora me toca crecer. Crecer siendo una adulta, aprender a moverme en el mundo, a pagar el precio de las cosas. Nunca imaginé, hasta hoy, que el precio de lo que yo vivía como libertad, era la entrega de mi autonomía.