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Canal del Dique. ¿De cementerio a paraíso?

Es el cementerio más grande del mundo, pero sin cruces. Allí, durante la época dorada del paramilitarismo y otras olas de violencia, cayeron en sus aguas cerca de 15.000 almas de todos los tamaños. Muchas venían por el río Cauca y llegaban sin dolientes al río Magdalena, rumbo a Bocas de Ceniza. Otras caían directamente al canal llevadas de zonas aledañas, para borrar cualquier prueba de tipo penal. Afortunadamente esta época de terror fue superada y algunos actores pidieron perdón a sus víctimas y hoy se respira un aire de tranquilidad y de esperanza para bien de toda la región y del país.
Según información obtenida en el portal digital Wikipedia, “el Canal del Dique es una bifurcación artificial del río Magdalena, en la Región Caribe de Colombia. Fue construido por cerca de 2.000 indígenas y esclavos bajo órdenes de la administración colonial española en el siglo XVI para facilitar la navegación entre este río con la ciudad de Cartagena de Indias. Tiene una longitud de 115 kilómetros, se desprende del río Magdalena a la altura de Calamar y desemboca principalmente en la bahía de Cartagena, aunque posee otras tres desembocaduras menores: caño Correa (mar afuera), caño Matunilla y caño Lequerica (hacia la bahía de Barbacoas)”.
La reconstrucción de este canal es de vital importancia por su impacto económico y social para 20 municipios de los departamentos de Bolívar, Atlántico y Sucre. El proyecto se encuentra en la ANI listo para ser adjudicado mediante un contrato de concesión APP, para recuperar la navegabilidad entre Calamar y Cartagena, la mitigación de los impactos ambientales negativos de las frecuentes inundaciones de la región, controlar la sedimentación y regular su caudal. Además, genera cerca de 60.000 empleos directos e indirectos en una región de tanta pobreza.
Sin embargo, como todo en Colombia, el proyecto tiene enemigos: unos ambientalistas de escritorios, otros líderes que se camuflan en las filas de las consultas previas y hasta políticos criollos que viven de la pobreza de la gente, que maquillan cada cuatro años durante los carnavales electorales.
Esta obra tiene el respaldo de 1.5 millones de habitantes de la región y la vigilancia de 15.000 almas que flotan en sus aguas en el lamento colectivo de unos seres que fueron víctimas de la locura de un poder político diabólico y perverso.
