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Caducar

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18 de feb. de 2023

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Por: Olga Lenor Hernández Bustamante.

Para ti, la estrategia fue útil durante un tiempo: Cerrar la boca y con esto dejar dentro todo lo que sentías y pensabas. Todo ello sostenido en la idea de que “Calladita me veo más bonita”, no solo más bonita, sino que calladita estabas más segura.  Aprendiste a protegerte al dejar de expresarte, porque cada vez que lo hacías era un verdadero riesgo: Gritos, insultos, burlas, desautorizaciones y alguno que otro golpe fueron razones suficientes para adoptar la necesaria defensa del silencio. Pero no era solo silencio, era atragantamiento. Se atoraba en tu garganta un grito de cansancio y desesperación. Ahora, cuando esa relación ya está en el pasado, no has aprendido a soltar el nudo. Sigues silenciándote una y otra vez. Te ha sido difícil reconocer que la defensa no es necesaria ahora. Que hay nuevas personas alrededor con las que puedes ser autentica. La defensa caducó, pero insistes en seguirla usando y no correr el riesgo de regresar a la opresión. Ahora tu opresora eres tú.

En cambio, tú te acostumbraste tanto a volverte invisible que ahora, cuando alguien te ve, te asustas y dudas de lo que es real y lo que no. Fue una época dura esa del colegio. Año tras año, compañeras y compañeros sin control ni empatía te fueron convenciendo de que valías menos que nada. Que no eras una persona digna de ser vista y reconocida, que tu valor aparecía solo si hacías favores, tareas o trabajos. El colegio terminó hace tiempo, pero aun sigues sin mirarte al espejo. Resignada a ser invisible, sales todos los días a enfrentar el mundo intentando todo el tiempo ponerte lejos de él. Es una lucha la existencia porque te recuerda todo el tiempo que estas presente y viva y eso riñe con tu invisibilidad. Ya no necesitas ser invisible, ya todo te esta pidiendo a gritos que te dejes ver, que aparezcas, pero tu insistes en esconderte. Ahora quien te obliga a ser invisible eres tú misma.

Para ti fue distinto, diseñaste la imagen de una persona invencible, infalible y siempre fuerte como máscara y armadura para que nadie sospechara de la tristeza y abandono que sentías. Eras feliz cada vez que salías triunfante y el reconocimiento obtenido te mostraba que los otros te veían como una persona digna de admirar. Ahora sientes que necesitas una profunda conexión emocional, pero tu defensa no te lo permite: eres siempre el que ayuda, nunca el que pide ayuda.  Sostener esa defensa significa un esfuerzo sobre humano, pero no sabes cómo soltarla. Cargas con una armadura pesada, y pagas como precio una sensación de infinita soledad.

Son tres experiencias que nos muestran que las defensas caducan. Su utilidad es coherente con un tiempo y situación particular. Pero solemos cargarlas indefinidamente. Convertimos las defensas en lugares seguros de los cuales no queremos salir, no importa el precio que paguemos por ello.