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A. Pacheco: inmortalidad en una hamaca grande

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3 de feb. de 2023

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Por Valmiro Sobrino Oliveros

Esa noche solitaria e ignota en los polvorientos caminos de La Guajira donde hace siglo y medio Francisco el Hombre, derrotó a Satanás en una piquería de acordeón después de estar casi derrotado por el demonio. Francisco Antonio Moscote Guerra el primer juglar que antecedió los grandes del vallenato clásico; aquel del acordeón, la guacharaca y la caja que se cantó por los grandes juglares por todo el Valle de Upar en parrandas interminables.

Emiliano Zuleta Baquero, Chico Bolaño, Pacho Rada, Lorenzo Morales, Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villa, Leandro Díaz, Nafer Durán, Romualdo Brito, Alberto Rada, Rafael Escalona, Nicolás Bolaño, Carlos Huertas, Nicolás "Colacho" Mendoza, entre una treintena, abrieron el sendero de una música que después embriagaría con los "pitos" de sus grandes compositores y ejecutores a Colombia toda.

A la vez en las sabanas de Córdoba, Sucre y Bolívar, una pléyade de músicos se asomaron con la misma grandeza al escenario del vallenato: Alfredo Gutiérrez, Andrés Landero, Lisandro Meza, Calixto Ochoa, Aniceto Molina, Juan Piña, Enrique Díaz, Fredy Sierra, Gilberto Torres, Miguel Durán, Rubén Darío Salcedo; entre otros que originaron una escuela rival que se conoció como "La rebelión del vallenato sabanero".
Entonces San Jacinto (Bolívar), en el corazón mismo de Los Montes de María, produce un genio musical: Adolfo Pacheco Anillo. El hijo del "Viejo Miguel" nació para la gloria. No hizo exactamente música sino poesía; no hizo un cancionero sino una obra literaria; no dejó prosperar la rebelión sabanera sino que la concilió con la del Valle de Upar y entonces dijo que el Vallenato todo cabía en una "Hamaca grande" donde podían mecerse todos los acordeoneros de Colombia.

De Francisco el Hombre a Adolfo Pacheco el vallenato recorrió un camino que como toda gran epopeya de la historia tiene su punto de inflexión en un gran acontecimiento: la existencia de Adolfo Pacheco. Lo que otrora fuese aquella música maravillosa sonada con los dedos eurítmicos de grandes acordeoneros como Alejo Durán; cantada con voces de jilgueros como Oñate y compuesta por grandes maestros como El Viejo Emiliano o Adolfo Pacheco fue sustituida ahora por una mercancía de discoteca que en nada es vallenato.

Adolfo Pacheco, como en las gestas míticas de las leyendas griegas, se asoma a la eternidad como el último gran juglar de lo que fue la maravillosa historia del vallenato.